El carácter de la Revolución de Mayo

En la región comprendida por las actuales provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, el sur de Córdoba y Uruguay, vivían a principios del siglo XVIII unos 150.000 habitantes del casi millón que reunía el Virreinato del Río de la Plata. En esa región estaban sus dos puertos autorizados, Buenos Aires y Montevideo (mucho mejor dotado éste por sus características naturales). En esa época, contra lo que suele creerse, el interior constituía la parte más poblada y rica, y el litoral la más atrasada y pobre. Sin embargo, esta situación había comenzado a variar de manera vertiginosa a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y particularmente desde 1778, cuando la dinastía de los Borbones intentó desenvolver un desarrollo capitalista que la acercara al estadio de Inglaterra o Francia y produjo un vasto reordenamiento: protección de la industria de la península ibérica, prohibición de importación de textiles -en cuya producción la industria de Gran Bretaña no tenía competencia- y limitada apertura comercial. De conjunto, la “modernización” capitalista de los Borbones chocó con los límites de la intocada estructura social en la península1, pero abrió un proceso de diferenciación de clases criollas al calor de la limitada apertura del monopolio colonial.

Las reformas de 1778 significaron la habilitación para el comercio colonial de catorce puertos en España y diecinueve en América, la simplificación y rebaja de aranceles, salvo aquellos que perjudicaran la actividad industrial metropolitana. Un vuelco que introdujo una modificación de importancia para el Río de La Plata: la liberación de derechos de exportación para las carnes saladas, astas, sebo y lanas, y un gravamen moderado para el cuero que era ya el rubro principal de los frutos ganaderos exportables de entonces. Hasta ese momento el contrabando, a partir del establecimiento de la Colonia del Sacramento (1680) por los portugueses, había introducido un cambio sustancial en el villorrio que era Buenos Aires. Los productos primarios de la ganadería tenían una salida a través del tráfico clandestino, facilitado por la habilitación de un centro de venta de esclavos negros – “asiento”- otorgado a los ingleses a partir de la exasperante falta de mano de obra. “Un establecimiento rural en cualquier parte es tierra y gente, elementos que se hallan en cierta relación social entre sí: en los tiempos coloniales a Buenos Aires le faltaba el segundo elemento… el gaucho no dependía del salario para su existencia, ni de la posesión de una parcela de tierra, ni estaba obligado a emplearse en un trabajo permanente para un amo”2. Antes de todo esto, había fracasado el intento de implantar el sistema de “encomiendas” por la resistencia indígena. En palabras de los colonizadores: “Los pampas son imposibles de domesticar”.

Del ganado esparcido en el Litoral, al principio solo se utilizó el cuero, el sebo, las astas y las crines. Sólo cuando pudo obtenerse sal utilizable, hacia 1780, se pudo aprovechar la carne. La demanda de cueros a nivel mundial, en particular, tuvo un crecimiento notable en el siglo XVIII. Se trataba de una materia prima industrial de mucho mayor importancia que ahora: las guerras y la Revolución Industrial -las máquinas de vapor llevaron juntas y obturadores de cuero por mucho tiempo- acrecentaron su importancia. La exportación de cueros del Río de la Plata se elevó a un promedio anual de unidades entre 1750 y 1778, y después de quedar abierto Buenos Aires al libre tráfico legal con los puertos de España por las reformas de los Borbones, a 800.000 por año. Poco antes del fin de siglo la cifra había llegado a 1.400.0003.

Este cambio abrupto significó una revolución en las relaciones sociales en las pampas, desde el momento que el vuelco de las exportaciones de cueros chocó de frente con una economía fundada en la caza y su comercialización. Se abandonó la caza salvaje de las haciendas cimarronas, se evitó el aniquilamiento inútil del ganado, se buscó un mejor aprovechamiento del animal y comenzó la persecución a los gauchos “vagos y mal entretenidos” para convertirlos en mano de obra asalariada. Se introdujo un sistema de marcas registradas de ganado y se prohibió la venta de cueros sin marcas. Una Junta de Estancieros se constituyó, con la aprobación del virrey, en 1792. “Al mismo tiempo se organizó el cuerpo de soldados gauchos, los Blandengues, para guardar las fronteras de las incursiones indias y para servir como fuerza de policía rural. De esta manera los indios, que no reconocían ninguna autoridad, y los gauchos vagabundos, que la burlaban, se veían cada vez más amenazados por acciones administrativas y políticas destinados a reducirlos a la sujeción o a eliminarlos”4.

La limitada liberación del comercio dispuesta por España no resolvió el conflicto con la ascendente clase de los estancieros. El grueso de los cueros, sebo y astas que salían del Río de la Plata eran vendidos fuera de España, a países como Francia e Inglaterra y a precios muy superiores a los que recibían los hacendados de sus compradores españoles, a los que forzadamente debían vender. El reclamo de venta directa a los compradores extranjeros, prescindiendo del intermediario español que había dejado en pie la reforma de 1778, pasó a ser un reclamo tanto más creciente cuanto mayor era la proporción de artículos del Río de la Plata consumidos fuera de España.

Esta crisis fue horadando el sistema colonial. Una real cédula de 1791 permitió tanto a españoles como a extranjeros introducir negros esclavos y retornar su importe en moneda metálica o en frutos del país. Estos frutos podían ser llevados directamente a los lugares en donde podían comprarse negros, salteando a España como intermediario. Otra real orden de 1795 permitió llevar a colonias extranjeras productos del Río de la Plata que no fuesen exportables a España, sin pasar por ésta. Una tercera vía de ruptura del sistema colonial era la autorización a naves españolas que quisiesen dirigirse a puertos ingleses para cargar mercaderías de ese origen con destino a las colonias. Sea por una vía u otra, Buenos Aires se convirtió en un centro de tráfico legal con extranjeros, que se sumaba al ¿mayor? que se desenvolvía a través del contrabando, favorecido por la amplitud de las costas.

El desarrollo de una clase de estancieros fue potenciado por la posibilidad de aprovechar la carne, salándola. La exportación de tasajo, alimento para los esclavos, se sumó al resto de rubros y llevó a un nuevo vuelco en la producción, a través de la apertura de saladeros y la fabricación de toneles.

La decadencia del Alto Perú

A finales del siglo XVIII el Alto Perú -Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz- contaba con una población que excedía a la de todo el resto del virreinato, un desarrollo que tuvo como motor la explotación minera sustentada en la mita (trabajo forzoso) y en el “banco de rescate” (compra del mineral garantizado por la Corona a los empresarios). Potosí tenía, hacia el 1800, 60.000 habitantes contra 40.000 de Buenos Aires. La importancia de esta explotación se mide en una cifra: de las exportaciones que salieron entre 1779 y 1784 de los puertos del Río de la Plata, el 81%, en valor, correspondió al metálico5.

Este centro político y económico entró en decadencia por el agotamiento de su mayor mina de plata, el cerro de Potosí, y la crisis del régimen de la mita a partir del levantamiento de Tupac Amaru, que obligó a los concesionarios a apelar a la mano de obra libre. Esto abrió una profunda crisis, desde el momento que el Alto Perú no sólo suministraba una buena proporción de los recursos fiscales del virreinato; además, constituía un importante mercado para las provincias del norte, Tucumán, Salta y Jujuy. Los levantamientos campesinos e indígenas, primero, el agotamiento de la explotación minera, luego, van a hundir las rutas comerciales vigentes desde hacía al menos 200 años y provocaron una crisis profunda en el tráfico de mulas, que hasta el momento de su declinación era sumamente importante para Buenos Aires. Más de un 40% del intercambio correspondiente al rubro “ganados” en la época correspondía a “equinos, mulares y ovinos”. El cambio provoca un quiebre de conjunto en la economía del interior, que vio cerrado el más importante mercado interno de entonces para otros productos (yerba, aguardiente, tabaco).

La decadencia del Alto Perú va a incidir con mayor fuerza en el vuelco hacia la explotación ganadera y tornará aún más imparable la explotación del ganado bovino en la campaña.

El latifundio

Podría pensarse que la abundancia de tierra sin dueño en la pampa respecto de la población la convirtió en un bien de valor insignificante, pero no fue así. La legislación establecía un régimen riguroso de compra de tierras, que exigía el pago de un primer “decreto” para habilitar la operación, el traslado de un juez y agrimensor a cargo del eventual comprador, una subasta pública, etc. En esto “se pasan a lo menos dos años y a veces seis y ocho, resultando que cuando más se ha ofrecido al erario, ha sido veinte pesos y a veces ni dos por legua cuadrada, aunque en realidad cuestan al interesado muchos centenares las formalidades y derechos”. Razón por la cual “ninguno sin grande caudal puede entablar semejante pretensión siendo esto tan positivo que no hay ejemplar de haber pretendido merced, quien tenga menos de diez mil cabezas o mucho dinero”6.

El latifundio comenzó así a instalarse en el país mucho antes de Rivadavia y de Roca, a través de una política que estimulaba el pastoreo en campos grandes, en detrimento de la agricultura, que tenía un límite, además, por la abismal ventaja de la explotación ganadera. Un cálculo del mismo Azara en 1801 establecía que once hombres dedicados a la agricultura producían, en trigo, un valor de 1.534 pesos de la época, en tanto que estos mismos once hombres bastaban para atender una estancia con cabezas y un procreo de 3.000 animales, que significaban 5.250 pesos en el mismo tiempo.

La legislación que va a impulsar la concentración de tierras y el latifundio va a cobrar fuerza después de 1750, cuando aumenta la demanda de cueros. Es decir, es el mercado mundial el que va a actuar de “locomotora” para un desarrollo capitalista que desenvolvería la propiedad privada de los campos, el trabajo asalariado y el acaparamiento de tierras en manos de militares, funcionarios y comerciantes.

Las reformas borbónicas plantearon, por otra parte, el choque y expulsión de los jesuitas del subcontinente, que eran, en ese momento, los grandes terratenientes del Litoral y especialmente del Paraguay. Las tierras vacantes fruto de esta expulsión serían crecientemente valoradas en función de las apetencias planteadas por el mercado mundial y apropiadas, en su mayor parte, por la clase de comerciantes y estancieros del Litoral y Paraguay, enriquecidos y con vínculos con la Corona.

La irrupción del peón de los saladeros o de las estancias va a provocar una monetización de la economía, en un escenario en el que buena parte de las relaciones, hasta la primera mitad del siglo XVIII, se desenvolvía sobre la base de los pagos en especie. Esclavos y criados, que constituían el grueso de la población trabajadora, eran mantenidos por sus amos y patrones y producían en casas y establecimientos lo necesario para el consumo.

Las clases

A pesar de su ascenso vigoroso, los hacendados no constituían la clase dominante. Hacia mediados del siglo XVIII “las exportaciones de plata superaban por lo menos en siete veces a las de cueros”7 una relación que se fue angostando pero no se revirtió en los siguientes cincuenta años. Las reformas de 1778 reforzaron y ampliaron la red de intereses comerciales del Río de la Plata. Indiscutiblemente, el factor preponderante al momento de la Revolución de Mayo era el comercio. La clase dominante eran los comerciantes y, entre ellos, el capital británico. El requisito angular del régimen comercial del virreinato era el consignatario en España, lo que otorgaba el monopolio del tráfico colonial a grandes casas comerciales en las penínsulas. Aunque estas casas, jurídicamente españolas, eran en muchos casos fachadas de capitales ingleses, franceses y holandeses, existía un claro conflicto entre los intereses comerciales criollos de Buenos Aires y los intereses peninsulares concentrados en Sevilla y Cádiz.

Ninguna otra capital del virreinato tenía la dependencia del mercado internacional que caracterizaba a Buenos Aires y a Montevideo. “La posición de la Corona española había llegado a depender del grado en que pudiera proteger y extender las oportunidades de realizar ese tráfico transoceánico, pues los elementos dominantes de Buenos Aires -la gente que poseía riquezas, capacidad de organización y voluntad de acción- habían quedado ahora cogidos en la red de la economía internacional”8.

El Consulado de Buenos Aires, erigido en 1794 a pedido de comerciantes locales, que actuaba como tribunal
comercial y sociedad de fomento de la economía y dependía en forma directa de la Corona, se convirtió en el centro de la lucha de intereses en el virreinato. Entre 1790 y 1796 se produjo un conflicto entre los monopolistas y los hacendados en torno al precio del cuero. Manuel Belgrano, secretario del Consulado, apareció entonces como vocero de los segundos reclamando que sean incorporados a esta institución, pero fracasó en este primer intento y el control de precios siguió en manos de los monopolistas.

Para algunos autores: “En el orden estrictamente político el Consulado careció de poder (sus resoluciones estaban sujetas a la Corona) pero… el asalto al Consulado de parte de grupos criollos e inmigrantes jóvenes en los primeros años del siglo XIX, los entrenó para el asalto a la milicia – el poder patente desde 1806, al Cabildo… y al Virreinato -en mayo de 1810″9.

¿Qué intereses tendieron a enfrentarse?

De un lado existía un poderoso grupo de intereses afectado por el régimen colonial. Los hacendados, en primer lugar, interesados en la libertad absoluta de comercio que los librara del “peaje” de España. En torno a los hacendados, los comerciantes volcados a la exportación de los frutos de la explotación ganadera y aquellos ligados al comercio inglés. Este sector es determinante, con independencia de su peso social, que no es menor y tiende a crecer cada vez más y está fuertemente involucrado por dos vías: como adquirente de los cueros que adquieren a los estancieros y como vendedor de efectos metalúrgicos y textiles de la industria británica. Junto a los hacendados y comerciantes ingleses o subsidiarios de estos tienden a estar los agricultores, que reclaman libertad económica para exportar y valorizar los cereales (cíclicamente el Cabildo ordenaba la prohibición de exportaciones para impedir el alza de precios de productos básicos).

Contra estas fuerzas se alineaban los beneficiarios del orden vigente: los fuertes comerciantes españoles, que lucraban con el monopolio; los hacendados, que tenían su mercado dentro de la monarquía hispana y no sufrían las consecuencias de las restricciones al comercio extranjero -como los productores de tasajo destinado a Cuba y España-; y los dueños de las manufacturas del interior, que podían ser barridos por la producción extranjera por calidad y precio.

Este posicionamiento de fuerzas tendió a polarizarse con las invasiones inglesas, primero, y con la revolución en España, después.

A esta altura, sin embargo, nadie podría afirmar que la Revolución de Mayo fue un proceso espontáneo. Existió un proceso de maduración, de profundos cambios en las relaciones sociales y de formación de una capa de intelectuales, estancieros y comerciantes, varios formados en las aulas de Chuquisaca y bajo el influjo de la rebelión campesino indígena de Tupac Amaru, de donde surgiría el núcleo dirigente de la burguesía que fue protagonista de las jornadas de 1810. Belgrano se constituiría en la voz de los hacendados y también de los agricultores (1793), reclamando la libertad de comercio. Sin embargo, firmó en el Consulado una presentación planteando que “los países no deben exportar materia prima”. Expresión de este movimiento fue la fundación, en 1801, de la Sociedad Patriótica y del periódico Telégrafo Mercantil, que tenía como lema “Patria y Argentina” y se inició como tribuna del liberalismo. En octubre de 1802 el Telégrafo… fue prohibido por el virrey, y la Sociedad obligada a disolverse. En la misma línea fueron desautorizadas la escuela de náutica y una academia de dibujo y escultura, propiciadas por Belgrano, dado que “los conocimientos matemáticos y el cultivo de las artes del gusto, no eran para la América”10.

Las invasiones inglesas

Con independencia de los intentos de atribuir la primera invasión inglesa a la audacia de un jefe de la marina real, es un hecho que en 1806 la estrategia del gobierno británico frente a las victorias de Napoleón en Europa contemplaba apoderarse del mayor número posible de posesiones de Francia y sus aliados, para, en palabras de ese jefe, “establecer alguna posición militar y gozar de todas sus ventajas comerciales”. Inglaterra, en plena Revolución Industrial, había perdido recientemente sus colonias en América del Norte y preveía el bloqueo continental de Napoleón.

Correctamente, el Almirantazgo estaba al tanto de que en el virreinato existía una aguda lucha de intereses entre el gobierno y una parte de los comerciantes y terratenientes y que estos levantaban las banderas del libre comercio.
La primera ocupación inglesa duró poco más de un mes y fue derrotada por un frente único, político y militar, que unió al Cabildo, la Iglesia, los españoles beneficiarios del monopolio y los estancieros y comerciantes criollos. La misión inglesa no tocó una piedra del edificio de relaciones sociales del virreinato. Pueyrredón, uno de los jefes criollos, “acusó a los británicos de proyectar una guerra social y alegó que la intención de los invasores era liberar a los esclavos”. Los jefes ingleses se apresuraron a asegurar “la protección del gobierno de Su Majestad contra los insultos de sus esclavos” y garantir que no habría “ninguna negociación con los indios”11.

El movimiento de oposición a los ingleses se convirtió en militar, lo que trastrocó la totalidad de las relaciones políticas y sociales en la cabeza del virreinato. Llevada por las circunstancias, la jefatura criolla organizó una fuerza de caballería ligera constituida por chacareros, hombres de campo y cazadores de las pampas, cada uno de los cuales tenía a su servicio no una cabalgadura sino una tropilla y acosó constantemente a las fuerzas inglesas. Un elemento determinante, fuera de las tropas disciplinadas de España, fue “una fuerza de guerrilleros urbanos organizada en Buenos Aires (que) debía su eficacia a una combinación de arquitectura y política” que hizo que cada una de sus calles se convirtiera en un desfiladero mortal para la infantería inglesa.

La derrota fue aplastante y abrió una crisis entre la jefatura de la victoria y los nuevos efectivos armados. Liniers, responsable de la ofensiva final sobre los ingleses, pactó dejarlos embarcar y canjear prisioneros. Tropezó con el repudio popular, en particular de los gauchos, que habían soportado lo más duro de la pelea. “El acuerdo quedó roto, de modo que Beresford (comandante inglés) y su ejército se vieron obligados a marchar prisioneros al interior del país”12.

En su breve ocupación los ingleses resolvieron la libertad de comercio y establecieron derechos de exportación que afectaron, entre otros productos, a los cueros. Los ponchos ingleses invadieron Buenos Aires a 3 pesos, impidiendo la salida de los del interior, que costaban 7, entre una multitud de productos. El tesoro de Buenos Aires fue embarcado por los ingleses y paseado en triunfo en Londres. El primer acto del comandante inglés después de la rendición fue pedir a los habitantes un juramento de fidelidad al rey Jorge III, con lo que quedó claro que la finalidad de la invasión era la conquista, no la liberación. Los hacendados y comerciantes afectados por el monopolio español, potenciales aliados del invasor, sólo apreciaron un cambio de rostro en la relación colonial.

Ante la derrota, el gobierno inglés resolvió una segunda invasión, esta vez de 9.000 hombres, que fue derrotada en un tiempo aún más breve que la anterior (1807).

El revés abrió un debate en el seno del gobierno británico, que advirtió sobre las tendencias existentes en el Río de la Plata. Castlereagh, entonces secretario de Estado, “llegó a la conclusión de que las razones de las dificultades que encontraban los británicos eran políticas, no militares. La causa real de tales dificultades consistía en el hecho de que los comandantes británicos y posteriormente el gobierno británico no proclamaron la independencia del Virreinato. Este hecho representó una oportunidad para el gobierno español”13.

El inmovilismo inglés estuvo dictado por una política que caracterizó toda su intervención en el período de la revolución hispanoamericana: “En las órdenes impartidas a Beresford… el secretario de Guerra establecía de un modo específico que nada debía hacerse para alterar las relaciones sociales de Buenos Aires y que la verdadera razón por la cual Gran Bretaña se había abstenido hasta entonces de invadir a América del Sur era el temor a la insurrección”14.

La derrota de las invasiones inglesas abrió una nueva situación política caracterizada por la quiebra de la autoridad de la Corona (el virrey Sobre- monte había huido de manera ignominiosa) y el surgimiento de una organización militar nacida al calor de la lucha y al margen de las tropas regulares. “La necesidad de constituir un ejército para hacer frente a Gran Bretaña incorporó a la vida política no sólo a los sectores relegados de la burguesía y los hacendados sino también a los pardos, mulatos e indios, así como a la población en general, que despertaron del letargo pastoril y lumpen en el que mayoritariamente vivían, los más en los arrabales del pueblucho llamado Buenos
Aires”15.

En la Resistencia y la Defensa obró un frente único de peninsulares y criollos, pero fueron éstos los determinantes de la victoria. Los regimientos de Patricios y Arribeños fueron los más numerosos, sumando por sí solos alrededor de 8.000 hombres, lo que debe ser comparado con una población total de 40 a 50.000 habitantes: casi el total de la población adulta masculina convertida en miliciana16. Elegían a sus oficiales mediante elecciones, un hecho inédito en la organización militar con antecedentes en la Revolución Francesa17. La lucha contra los ingleses significó una democratización profunda de las relaciones políticas y sociales, un principio de quiebra del régimen, caracterizado por la desautorización de la Corona y la existencia de un cuerpo armado por fuera de las tropas españolas. El virrey Sobremonte fue depuesto por el Cabildo Abierto de agosto de 1806 y reemplazado por Liniers, una decisión sólo reservada a la Corona y que, en otras circunstancias, habría significado la pena de muerte para sus autores. El intento de los funcionarios de la Corona de disolver los regimientos criollos -Liniers fue presionado para que procediera a su licenciamiento- fue rechazado y la milicia se convirtió en un nuevo factor de poder en la colonia.
La lucha contra las invasiones inglesas diferenció a una capa de organizadores de la milicia criolla -Saavedra, Pueyrredón- y despertó un sentido de identidad. Saavedra exaltó “el mérito de los que nacimos en Indias…no inferiores a los europeos españoles”18. El núcleo de intelectuales enfrentado a los peninsulares careció de toda dirección e intervención en la crisis y acunó expectativas en lograr la independencia con la ayuda inglesa. “Castelli, en representación de ellos, trató de entrevistarse con Beresford para que concretara sus intenciones… Belgrano, por su parte, se vinculó con los invasores y luego marchó al interior”19.

1808: la revolución en España

En julio de 1808, la población de Buenos Aires se enteró del derrumbe de la monarquía española y el levantamiento popular contra los franceses. En una sucesión vertiginosa de hechos de marzo a mayo, Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando, los franceses ocuparon España, Napoleón obligó a renunciar a los soberanos y colocó en su lugar a José Bonaparte, a quien nombró rey de España y las Indias. El pueblo de Madrid primero, y luego toda España, se levantaron contra la ocupación y generaron la revolución en la península.

No existía formalmente autoridad alguna en la metrópoli, fuera de la cuestionada Junta de Sevilla, que gobernaba invocando el nombre de Fernando VII. Ante la ausencia de gobierno central las ciudades sublevadas formaron juntas propias, constituyéndose como gobiernos independientes apoyados por sus propios ejércitos.

El vuelco en la situación internacional fue total. Inglaterra debió dejar a un lado su tercera invasión al Río de la Plata ante la insurrección en España, y ésta pasó a ser su principal aliada frente a la Francia de Napoleón. El centro de la diplomacia británica fue soldar un sólido frente con españoles, portugueses y “patriotas”, en el que la causa de la independencia quedaba abrogada hasta el desenlace de la guerra en Europa.

El derrumbe del régimen español dio lugar a la aparición del fenómeno de las Juntas en toda la América Española, con características profundamente heterogéneas que tenían que ver con los alineamientos, las experiencias transcurridas en cada uno de los centros urbanos de las colonias y la preparación de las elites criollas en la lucha por la independencia. La situación era excepcionalmente favorable para esta causa, porque la monarquía española era absolutamente incapaz de mover sus ejércitos para retener las colonias y todo el esfuerzo de las grandes potencias estaba puesto en el desenlace de la batalla en el Viejo Continente.

Buenos Aires llegaba a esta instancia, a su vez, en las condiciones creadas por la victoria popular sobre las invasiones inglesas y el desmoronamiento previo de la autoridad de la Corona. La Junta Central fue reconocida por las autoridades pero “rechazada por un incipiente partido revolucionario que quería soluciones más autónomas”20. Por un período, este grupo de intelectuales -Belgrano y Castelli, entre otros- depositó sus ilusiones en una monarquía constitucional encabezada por la princesa Carlota de Portugal, esposa del príncipe regente trasladado a Brasil y hermana de Fernando VII, una perspectiva que se cerró cuando la princesa denunció a los criollos por “subversivos”.

En este punto se produciría un hecho que habría de pavimentar el camino hacia lo que se conoce como Revolución de Mayo. El 1° de enero de 1809 estalló un motín dirigido por los peninsulares y destinado a restaurar el antiguo equilibrio de poderes y preservar el monopolio de privilegios políticos y comerciales. Bajo la dirección de Martín de Álzaga, un Cabildo amañado y protegido por tropas españolas llegó a constituir una junta de gobierno para tratar de desplazar a Liniers. Esa Junta tuvo el apoyo de dirigentes criollos -uno de sus secretarios fue el mismísimo Mariano Moreno-, en una acción confusa que, para un historiador liberal, se explica por el papel del Cabildo en la situación política creada por las invasiones inglesas: “La serie histórica de hechos, que constituye una unidad continua, arranca del cabildo abierto del 14 de agosto de 1806 y 10 de febrero de 1807, se prolonga con la organización de la Junta separatista de Montevideo y hace su crisis en el motín del 1° de enero de 1809”. Es “una nueva tendencia, que se impone triunfante en 1810, utilizando para este fin un medio nuevo, el cabildo abierto…”21.

Las tropas criollas, comandadas por Saavedra, rescataron al virrey Liniers y derrotaron a los insurgentes. Los cuerpos militares españoles, que apoyaron a Álzaga, fueron desarmados.

El fracaso del golpe eliminó a los peninsulares como factor de poder y la milicia criolla apareció como la fuerza política dominante, en un cuadro de dispersión de los regimientos españoles. La guarnición regular de la colonia estaba virtualmente desmantelada. Sus efectivos eran, en mayo de un 10% del organizado por la milicia criolla.
Entre las dos vertientes que actúan en nombre de la independencia, una militar, otra intelectual, que van a diferenciarse en los primeros años de la revolución, existe un punto sobre el que “no hubo señalada división.

Ninguno de los grupos criollos representaba un interés económico particular. Más bien todos eran favorables a una mayor liberalización de la economía”22. Comerciantes y estancieros porteños compartían este punto de vista, en oposición a los grupos del interior, donde la agricultura y las débiles industrias dependían de la protección colonial.
En julio de 1809 asumió el último virrey del Río de la Plata, Cisneros, y su decisión más trascendente, en noviembre, fue autorizar el comercio libre con Inglaterra por el término de dos años, a condición del pago de impuestos de los importadores británicos y la intermediación de un comerciante español radicado en la ciudad, como consignatario. La decisión tuvo el apoyo del Consulado y el Cabildo, es decir del conjunto de instituciones de la colonia y tuvo como respaldo teórico el alegato planteado en la “Representación de los Hacendados”, escrita por Mariano Moreno. En lo que constituye una defensa del programa económico de las clases y sectores interesados en acrecentar la exportación, Moreno esboza una política proteccionista. Afirma que “la venta de las telas de nuestras provincias no decaerá, porque el inglés nunca las proveerá tan baratas ni tan sólidas como ellas”23, y propone una “reglamentación” según la cual todo importador estaba obligado a exportar la mitad de los valores importados en frutos del país, pero que el virrey no pone en marcha.

Este era el ideario de los revolucionarios en los prolegómenos de mayo, caracterizado por una retirada sistemática (pero no total) de los monopolistas, jamás al punto de poder afirmar que “la emancipación económica de Buenos Aires estaba decidida antes que su emancipación política empezara”24. Si por “emancipación económica” se entiende la implantación del librecambio reclamada por Gran Bretaña y el crecientemente poderoso “lobby” de comerciantes británicos, ésta se va a operar con Rivadavia.

La revolución

El 13 de mayo de 1810 un navío inglés trajo la noticia de la ocupación de Andalucía y Sevilla por los ejércitos franceses y la disolución de la Junta Central, que nombró en su lugar un Consejo de Regencia. Fue el momento escogido por el movimiento criollo para desplazar al virrey, carente de toda autoridad. La revolución se inició el 18/19 de mayo bajo iniciativa de la milicia criolla que exigió un Cabildo Abierto (un cabildo abierto reunía a funcionarios, eclesiásticos y propietarios, no era una expresión de soberanía popular). Al Cabildo Abierto fueron convocados en este caso 450 personas y concurrieron 251, todos ciudadanos “importantes”: “había 70 funcionarios y eclesiásticos, 25 abogados y profesionales, 59 comerciantes, 59 militares y 21 ciudadanos ordinarios”25. Según el relato del propio Virrey Cisneros, de una población de cincuenta mil almas y once mil adultos, los revolucionarios eran unos tres mil y los militantes comprometidos en la Plaza Mayor, unos seiscientos.

Luego de un intento de constituir una junta con la presencia del virrey, desbaratado por la milicia criolla, se constituyó la junta presidida por Saavedra. “La mayor parte de los grandes comerciantes defendieron la continuación del statu quo, aunque muchos otros favorecían el cambio revolucionario. Y en ambos lados había gentes de gran riqueza y posición social. En el conjunto del grupo, veintinueve estaban a favor del virrey, cincuenta en contra. El sector militar era más homogéneo. De los sesenta presentes sólo diez defendieron al virrey, casi todos peninsulares, el resto, dirigido por Saavedra, la mayor parte oficiales de la milicia formados durante las invasiones británicas, votaron por un cambio de gobierno”. Para un observador oficial de la marina inglesa, “el gran poder, que son las tropas, está en posesión de un partido”26.

La Revolución de Mayo surgió de un compromiso inestable entre fracciones con importantes puntos en común. Saavedra planteó que “no quede duda que es el pueblo el que confiere la autoridad o mando” y Castelli sostuvo, en una misma sintonía, que la ausencia de un gobierno legítimo provoca “la reversión de los derechos de soberanía al pueblo de Buenos Aires”, una doctrina propia del pensamiento liberal de la época pero de audaz ruptura política en el caso de una colonia27. ¿Pero acaso el nuevo gobierno no se colocó bajo la autoridad y el nombre de Fernando VII, adoptando un hilo de continuidad con la monarquía, aunque sin la unanimidad de sus integrantes? La razón de la “máscara”, según explicó Moreno tiempo después, fue impedir una contrarrevolución española y asegurarse el apoyo de Gran Bretaña. Pero en este punto valen los hechos. La Junta de Gobierno debutó aplastando el golpe contrarrevolucionario de Liniers en Córdoba, conectado a las autoridades españolas del Alto Perú, y fusiló al propio Liniers y a toda la línea mayor de la conspiración, un acto no menor si se considera la autoridad del ex virrey en el Río de la Plata.

En enero de 1811, sin Moreno, la Junta creó un Comité de Seguridad Pública, para perseguir a la oposición y denunciar a los contrarrevolucionarios. Aún en 1812, la Junta de Gobierno enfrentó una conspiración aún más seria que la de Liniers, comandada por Álzaga, que fue derrotado y ejecutado junto a otros cuarenta cabecillas. Una de las primeras decisiones de la Junta fue organizar la expedición militar al Alto Perú para aplastar quizás el centro mayor del poder colonial español. Las instrucciones que desenvolvió Castelli en esta misión incluyeron medidas revolucionarias. El 25 de mayo de 1811, junto a Monteagudo, proclamó en las ruinas de Tiahuanacu la liberación del indio y la independencia de América y dio a conocer un decreto planteando la igualdad absoluta de indígenas y nacionales, el reparto de tierras, el establecimiento de escuelas en sus pueblos, y la exención de cargas e imposiciones28.

Castelli, en una de sus acciones más osadas, proclamó la independencia del Estado respecto del clero e hizo fusilar a las cabezas de la masacre contra las rebeliones patriotas en Cochabamba y La Paz, expulsando al resto de los generales comprometidos. La acción del ejército libertador en ese momento provocó la reacción de peninsulares y criollos, unidos en su defensa del régimen social fundado en la “encomienda” y el robo de tierras, con el recuerdo a sus espaldas de la gesta de Tupac Amaru. Belgrano va a asumir luego la comandancia del ejército del norte y plantear una política de rechazo a estas medidas y compromiso furibundo con el clero, los terratenientes y mineros, como expresión de una fractura política más general en el campo de los patriotas.

“Forzoso es decir -sostiene José María Paz, uno de los jefes del segundo ejército auxiliar al Alto Perú- que la aristocracia del Alto Perú nos era desafecta, desde que Castelli, con poquísimo discernimiento, la ofendió provocando los furores de la democracia”. En lugares como Potosí “el progreso de sus trabajos se fundaba en la mita y otros abusos intolerables, que un sistema liberal debía necesariamente destruir”29, La clase dirigente -peninsular o criolla- del Alto Perú “entró en conflicto con la concepción política de Castelli, al extremo de preferir la derrota antes que convertir al indio en soldado y ciudadano”30.

La Revolución de Mayo y los ingleses

La Revolución de Mayo se concretó como fruto de un proceso político en el que confluyeron los regimientos patriotas, los estancieros y los comerciantes plantados contra el monopolio español y que tuvo el apoyo del capital británico.

El proceso que se inaugura el 25 de mayo no está dictado linealmente por el Foreign Office o los comerciantes ingleses. El 6 de noviembre de 1809, el virrey Cisneros había resuelto el comercio libre con Inglaterra por dos años, fijando como condición la intermediación de un consignatario español establecido en la ciudad y el pago de impuestos (considerables). La Junta va a liberalizar las condiciones de actuación de los comerciantes ingleses, permitiendo su permanencia indefinida en el país, antes sometida a plazos, pero va a mantener la exigencia del consignatario español con ciertas posibilidades de traslado de esta función lo que habría llevado, según algunos autores, a una sustitución de comerciantes españoles por nacionales. Al cabo de quince días se redujeron los impuestos de exportación sobre los cueros y el sebo, del 50 al 7,5% y al cabo de seis semanas se levantó la prohibición de exportar metálico. Casi al mismo tiempo se resolvió la libre exportación de harina, con su consecuencia sobre el consumo. Todo lo cual fue saludado por ganaderos, comerciantes y grupos vinculados con la exportación, entre ellos los británicos. Es un hecho que, más allá del orden jurídico heredado de la colonia, el comercio con extranjeros -principalmente ingleses- tendió a liberalizarse.

Vaticinando este proceso, el mismo 25 de mayo “no hubo ninguna duda sobre la manera cómo los británicos recibieron estos acontecimientos. Los barcos de guerra británicos que se hallaban en el río se engalanaron con banderas. Una salva de cañonazos dio la bienvenida a la Revolución”31.

En poco tiempo las consecuencias de la competencia internacional se hicieron sentir en todo el virreinato. Mercancías de todo el mundo comenzaron a destruir en Buenos Aires y sus adyacencias la producción local y aún la explotación de cereales. Los pobres eran, sin embargo, las grandes víctimas del planteo económico. A medida que aumentaba la salida de productos para el exterior, se hacía más y más difícil vivir con el salario anterior. Se fue así acumulando el odio al extranjero, a quien se consideraba causante de la situación, y al gobierno porteño, ejecutor de las malas nuevas.

Intervalo sobre Marx y América Latina

Durante todo un período Marx y Engels consideraron que el capitalismo desarrollado de países como Inglaterra ejercía una influencia civilizadora sobre los países “bárbaros”, asentados en relaciones precapitalistas, para colocarlos violentamente en la senda del progreso histórico. La libertad comercial aceleraría la revolución social. Marx, sólo “en ese sentido revolucionario” se pronunciaba en ese período a favor del libre cambio. Aún a fines de la década de 1850 Marx se burló de un proteccionista porque éste caracterizaba como “inarmónico” que la gran industria inglesa disolviera las formas “patriarcales o pequeño burguesas” de la producción nacional de otros países, siendo que debía apreciarse “el contenido positivo de estos procesos de disolución… en su manifestación plena, correspondiente al mercado mundial”32.

Con este método de análisis, Marx va a estudiar la Constitución de 1812 en España, la primera en la que la soberanía es remitida a las Cortes representativas de la nación y va a saludar su cometido: “La Constitución de 1812 es una reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la revolución francesa y adaptados a las necesidades de la sociedad moderna”. Más importante: “Las Cortes tenían plena conciencia de que una Constitución política tan moderna sería en todo punto incompatible con el viejo sistema social, y promulgaron consecuentemente una serie de decretos encaminados a provocar cambios orgánicos en la sociedad civil’33.

Es decir que destaca el desarrollo de una revolución burguesa desde el interior de una estructura social precapitalista, en oposición a una fuerza burguesa extranjera que se caracterizó el exportar la revolución burguesa hacia la periferia. Esta posibilidad se expresa en las Provincias Unidas, en los planteos de Moreno o Artigas y, en forma contradictoria, en el estatismo industrial de Paraguay.

Para Milcíades Peña, sin embargo: “El interior, con su retrasada industria artesanal, era la nación estancada, la nación sin progreso moderno, sin acumulación de capital. Buenos Aires era la acumulación capitalista, el progreso pero a espaldas e incluso contra la nación. Unos intereses tendían a la nación sin progreso, otros hacia el progreso sin nación. Hacia cualquier lado que se inclinara la balanza, el resultado iba a ser supeditar el país a la gran potencia capitalista de entonces”34. Se trata de un fatalismo histórico lineal.

El “plan de operaciones”

La Junta encomendó a Moreno la elaboración de un “plan de operaciones” para el nuevo gobierno, lo que devino en un programa (frustrado y nunca debatido en el seno del propio gobierno, por lo que se sabe) de la revolución35.
Lo más impactante de la elaboración del joven secretario de la Junta es su reflexión sobre el papel del Estado frente al raquitismo de la burguesía comercial y terrateniente porteñas. En el “Plan” propone constituir un fondo público a cargo del Estado “para los gastos de nuestra guerra y demás desprendimientos, como igualmente para la creación de fábricas e ingenios y otras cualquiera industrias, navegación, agricultura y demás”. ¿Cómo constituir ese fondo? A través de la “confiscación de las grandes fortunas de cinco o seis mil mineros” y de la prohibición “absoluta” de explotación de minas de plata u oro a todo particular, “quedando el arbitrio de… sacar sus tesoros por cuenta de la Nación, y esto por el término de diez años”, es decir la nacionalización, advirtiendo la importancia del metálico para la tarea inmensa que se plantea. Lo que mostraría luego “las ventajas públicas que resultan del fomento de las fábricas, artes, ingenio y demás establecimientos a favor del Estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos”. Una tal masa de recursos “puestos en el centro del Estado para el fomento de las artes, agricultura, navegación producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que se necesite para la conservación de sus habitantes”. Tajantemente proponía que “se prohíba absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando el arbitrio de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la Nación, y esto por el término de diez años”.

En este texto Moreno hace una reflexión crítica sobre el libre comercio, por el cual él mismo abogó: “desde el gobierno del último virrey se han arruinado y destruido todos los canales de la felicidad pública, por la concesión de la franquicia del comercio libre con los ingleses, que ha ocasionado muchos quebrantos y perjuicios”.

En este “Plan” Moreno hace un llamado a la insurrección popular en la Banda Oriental y más allá de ella, hacia el corazón del imperio portugués. El golpe no debe ser dirigido a la plaza de Montevideo, convertida en ese momento en baluarte de la reacción española, sino “a los pueblos de su campaña”, un planteo que tomó forma meses después en la Banda con el llamado “Grito de Asencio”, que tuvo como resultado la primera movilización de masas rurales impulsada por la Revolución de Mayo. Moreno llega al punto de poner nombre y apellido a los jefes que propone para esa campaña “como son los del capitán de dragones don José Rondeau y el capitán de blandengues don José Artigas” y tras ellos varios de sus lugartenientes. Plantea una política de guerra respecto de los hacendados que siguen “el partido contrario”, proponiendo que “sus haciendas, ganados, caballadas y demás que sean de su pertenencia (sean considerados) bienes legítimos de la Patria”. Llama a una campaña sobre el Imperio de Brasil, que proclame la libertad de los esclavos y una política de entrega de tierras y colonización otorgando “terrenos a proporción del número de personas que comprenda cada familia” sea en la Banda Oriental sea en Río Grande, con un planteo de conjunto: “nuestra bandera en aquellos destinos (es) declararlos como provincias unidas de la Banda Oriental y Estado Americano del Sud”.

Moreno considera a Gran Bretaña como un aliado táctico de esta política. Se propone llegar con ella a “la división y desmembramiento de la América del Brasil entre su corona y nuestro estado. ¿Qué más podría apetecer la Inglaterra que unas colonias inglesas en el Brasil?”. Un planteo de confianza política y a la vez ingenuo en el momento en que Gran Bretaña era férrea aliada de Portugal en lucha contra Napoleón.

En artículos posteriores referidos a la organización política de los Estados que forman parte de “la justa emancipación de la América”, Moreno defiende una concepción republicana y afirma: “si consultamos los principios de la forma monárquica… parece preferible una asamblea general, que reuniendo la representación de todos los pueblos libres de la Monarquía… El gobierno supremo que estableciese aquel Congreso, subrogaría (reemplazaría) la persona del príncipe, en todos los estados que habían regido antes de su cautiverio”. Y aclara: “es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado… ¿Cómo conciliaríamos nuestros intereses con los del reino de México… pueden hoy las provincias obrar por sí solas su constitución y arreglo…?”. Advirtió muy tempranamente lo que era un resultado del proceso social: los límites de la llamada unidad política preexistente del continente. Pero planteó constituir al espacio geográfico contenido en el virreinato como una nación (habla de “Nación” al referirse a él) y batalló como el que más, a través de las misiones al Alto Perú y de su política de insurrección popular en todos los países de la Cuenca del Plata para alcanzar ese objetivo.

Moreno, en el “Plan de Operaciones” no dedica un capítulo al tema de la tierra y sólo fija posición en un caso, al referirse a la campaña sobre Uruguay y Río Grande Do Sul, planteando el pago del viaje y la entrega de tierras “a proporción del número de personas que comprenda cada familia” a quien quiera poblar la Banda Oriental o el Río Grande. La omisión puede tener que ver con el peso aún limitado de la cuestión agraria en el Litoral por la existencia de formas precapitalistas. El tema va a estallar doce años más tarde, cuando el gobierno de Rivadavia promulgue la ley de enfiteusis, que prohíbe las ventas de tierras del Estado. Presentada como una ley social, su primera función es garantizar la deuda pública a los acreedores británicos con las tierras del Estado36.

¿Una nueva y gloriosa nación?

Mayo abrió paso a un nuevo período histórico. La Revolución y su proceso preparatorio posibilitaron un desarrollo gigantesco de las fuerzas productivas como se puede apreciar en que desde el último cuarto del siglo XVIII hasta los primeros años del XIX Buenos Aires y su zona de influencia tuvieron un desarrollo que no se puede comparar con ningún otro dominio español. Al correr el telón de todos estos años la minería del Alto Perú, gran animadora económica de los 300 años previos, se había convertido en una fuerza productiva en total decadencia y, como contraparte, surgía la ganadería del litoral y una incipiente industria nacional, concentrada en los saladeros y en el (limitado) procesamiento del cuero.

La clase de los productores nacionales fue empujada por el mercado mundial. La apetencia de los productos del Litoral y la pampa húmeda fue tan vasta que justificó dos invasiones inglesas y hasta el intento de una tercera que no llegó a materializarse. Como queda dicho, la constelación de terratenientes se va formando a los mazazos de los requerimientos del mercado mundial. Por el crecimiento vertiginoso de la demanda de productos pecuarios, a partir de lo cual (no antes) estos ganaderos se comienzan a preocupar por validar sus títulos de propiedad y asegurarse mano de obra lo más permanente posible y asalariada. Contra la tesis de que la burguesía nacional “llegó tarde al mercado mundial” corresponde advertir que llegó muy tempranamente y esto la hizo partícipe joven de la división internacional del trabajo. Quien llegó tarde, efectivamente, fue la burguesía industrial.

El ambicioso programa contenido en el “Plan de Operaciones” fue expresión de una corriente vital de intelectuales revolucionarios empeñados en que las Provincias Unidas se subieran al carro de la revolución burguesa. Aún no asumido por la Junta de Mayo, fue texto inspirador de la movilización de las masas rurales de la Banda Oriental bajo
la dirección de Artigas, del ala de caudillos que defendió un concepto de nación y se batió contra la reacción “federal” y “unitaria” (Güemes) y del proceso que llevó a la constitución del Paraguay capitalista aplastado por la Triple Alianza.

Las revoluciones de la independencia latinoamericana fueron parte del período histórico caracterizado por el protagonismo de la burguesía revolucionaria. Pero las clases sociales que dirigieron estos procesos -comerciantes y estancieros-, tuvieron una contradicción básica, desde el momento que eran capas explotadoras de las mismas masas que debían ser los sujetos activos de las guerras de la independencia. La misión del tercer ejército auxiliar al Alto Perú terminó reivindicando la mita, la abolición de la esclavitud fue proclamada y luego adaptada a las necesidades políticas de los propietarios, la situación del campesinado indígena no mejoró y, de conjunto, empeoró. El latifundio se impuso como base material de la revolución latinoamericana, sin excepciones.

Un caso emblemático es el Alto Perú, donde la rebelión de Tupac Amaru convirtió a las clases criollas en celosas guardianas del régimen de castas y de las viejas cadenas, si remover éstas significaba liberar al indio. La Bolivia parida en esta tierra por los ejércitos libertadores tuvo la constitución más dictatorial alguna vez pensada en Latinoamérica como continuidad de este proceso de defensa del orden social existente.

La historiografía liberal ha presentado a la Revolución de Mayo como un movimiento democrático inspirado en los ideales del liberalismo europeo. Las clases dominantes criollas adaptaron las ideas liberales a sus intereses de clase, planteando la lucha contra el monopolio comercial español. Los planteamientos de la burguesía industrial europea contra el feudalismo fueron utilizados por los criollos para eliminar la opresión política y comercial de la Corona. De conjunto, mientras el liberalismo europeo fue la ideología de la burguesía industrial, en América Latina fue el barniz ideológico de los intereses de terratenientes y comerciantes. A través de la adopción mutilada del pensamiento liberal, la burguesía criolla reforzó la expropiación de las masas agrarias e indígenas.

Los protagonistas de la historia liberal hicieron desaparecer o confundieron el papel de los verdaderos hombres de Mayo. Es el caso de Artigas, del Moreno a quien se pretende predecesor político de Rivadavia, agente de las inversiones inglesas, o del ocultamiento del proceso político y social producido en Paraguay desde Mayo.

La sujeción del gaucho y el exterminio del indio tomó la forma social de la estancia. Esta estructura fue el principal contenido social que procuró la clase propietaria que conquistó la autonomía política a partir de Mayo. De régimen social de desarrollo de las fuerzas productivas, la estancia y el latifundio se convertirán en la principal traba para ese desarrollo, que bloqueó el poblamiento del campo argentino y su desarrollo en otra escala del mercado interior.


Notas:

1. Ver Rath, Christian: “La rebelión de Nueva Granada”, En Defensa del Marxismo Nº 37, abril de 2010. 
2. Ferns, H.S.: Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, Solar/Hachette, 1968. 
3. Ezcurra, Pedro: “Ganadería y Agricultura”,La Nación (25/5/1910). 
4. Ferns, ídem anterior. 
5. Tandeter, Enrique: Coacción y Mercado, Editorial Sudamericana, 1992. 
6. Azara, Félix de: Memoria sobre el Estado Rural del Río de la Plata, Buenos Aires, 1943. 
7. Coni, Emilio Angel: Historia de las vaquerías en el Río de la Plata, Madrid, 1930. 
8. Ferns, ídem anterior. 
9. Navarro Floria, Pedro: Manuel Belgrano y el Consulado de Buenos Aires, Madrid, 1988. 
10. Justo, Liborio: Nuestra patria vasalla, Tomo I, Editorial Schapire, 1968. 
11. Ferns, ídem anterior. 
12. Ferns, ídem anterior. 
13. Castlereagh, Henry: Correspondencia. 
14. Archivos del Departamento de Guerra 1/161, citado por H.S. Ferns, ídem anterior. 
15. Lamarca, Juan: “Sobre la Revolución de Mayo”, Prensa Obrera Nº 40, 24/11/83. 
16. Zorraquín Becú: Los grupos sociales en la Revolución de Mayo, 1961, Buenos Aires.
17. Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano y la Independencia Argentina, Buenos Aires, 1940. 
18. Idem anterior. 
19. Justo, Liborio, ídem anterior. 
20. Lynch, John: Las revoluciones hispanoamericanas, Editorial Ariel, España, 1980. 
21. Levene, R
22. Lynch, ídem anterior. 
23. “Documentos referentes a la guerra de la independencia y emancipación de la República Argentina”, Archivo General de la Nación. 
24. Humphreys: Liberación en Sudamérica, citado por Lynch, ídem anterior. 
25. Marfany, Roberto: El Cabildo de Mayo, Buenos Aires, 1966. 
26. Lynch, ídem anterior. 
27. Marfany, ídem anterior.
28. Chávez, Julio César: Castelli, adalid de Mayo, Buenos Aires, 1956. 
29. Paz, José María: Memorias póstumas, Biblioteca del Suboficial, 1951. 
30. Peñaloza, Luis: Historia económica de Bolivia, La Paz, 1955. 
31. Ferns, ídem anterior. 
32. Scaron, Pedro: Materiales para la historia de América Latina, Pasado y Presente, 1972. 
33. Marx Engels: Obras Escogidas, Editorial Ciencias del Hombre, 1973. 
34. Peña, Milcíades: El Paraíso Terrateniente, Ediciones Fichas, 1969. 
35. El “Plan de Operaciones” fue descubierto por Eduardo Madero a través de una copia en el Archivo de Indias, de Sevilla y publicado por primera vez en 1896, en una reedición de escritos de Moreno realizada por el Ateneo de Buenos Aires. Su autenticidad fue negada enfáticamente por Paul Groussac, Ricardo Levene, Ricardo Rojas y José Ingenieros, entre otros popes de la historiografía liberal. Correspondió a Rodolfo Puiggrós, en 1940, plantear una defensa vigorosa de este texto, aún hoy cuestionado. 
36. Moreno, Mariano: Selección de escritos, 1960.

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