El gobierno obrero húngaro de 1919


El 21 de marzo de 1919 la dirección del muy joven Partido Comunista húngaro, encabezado por Béla Kun, se encontraba en la cárcel central de Budapest. Afuera de las celdas había gran agitación: el gobierno liberal de Miguel Karolyi, acosado por la insurgencia de obreros y soldados, la impaciencia campesina y el asedio de las tropas extranjeras (rumanas y francesas), decide ofrecer el gobierno a la socialdemocracia. El Partido Socialista acepta, pero en una reunión interna deciden que, a su vez, ofrecerán formar gobierno a los comunistas, dada la arrolladora adhesión de este grupo entre los obreros. El ala izquierda del socialismo se dirige a la cárcel, pacta con Béla Kun la unificación de los partidos y la conformación de un nuevo gobierno y luego se retiran. Béla Kun es, de hecho, el nuevo líder de la Hungría revolucionaria, el ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de los consejos obreros, pero sigue detenido hasta unas horas después, cuando un comité de soldados decide liberar a los presos políticos antes de los decretos correspondientes.


 


Seguramente, ninguna revolución tuvo un comienzo tan cinematográfico. ¿Cómo un partido como el PC húngaro, nacido cinco meses antes, pudo en tan poco tiempo recibir el apoyo masivo de obreros y soldados, al punto que la socialdemocracia temió ejercer el poder sin el concurso de los comunistas? ¿De dónde nació la fuerza de una revolución que en poco tiempo barrió con toda la lacra capitalista y tuvo que sufrir el acoso de cuatro ejércitos extranjeros para sucumbir? ¿Qué enseñanzas se pueden sacar hoy del tercer gobierno obrero en el mundo, después de la Comuna de París y de Rusia?


 


Hungría y el Imperio Austro-Húngaro


 


Hungría, poblada desde mil años antes por los magiares, estaba dominada por la corona de los Habsburgo y sometida al imperio austríaco desde el siglo XVI. Hasta finalizar el siglo XIX, era un país de economía absolutamente agraria y la industrialización que comenzaba a modificar la faz europea no llegó a Hungría hasta comienzos del siglo XX.


 


La mitad de la tierra estaba en manos de unos pocos aristócratas. La otra mitad estaba en manos de una multitud de minifundistas que no podían sobrevivir con el producto de su trabajo. Los campesinos pobres no podían mecanizar el trabajo agrícola y la pequeña parcela actuaba como expulsora constante de mano de obra. Quienes lentamente comenzaron a mecanizar el campo fueron los latifundios, creándose una gran masa de asalariados agrícolas superexplotados. A fines del siglo XIX, el minifundio está en completa bancarrota y los emigrados húngaros llenan los barcos que van al resto de Europa y, sobre todo, a Estados Unidos.


 


Siendo uno de los más importantes productores de materias primas del centro de Europa, Hungría empezó a desarrollar industrias procesadoras de sus propios productos: harinas, azúcar, cerveza, alcohol, frutas en conserva, fiambres. También la minería empieza a cumplir un rol importante: yacimientos de hierro, cal, fosfato, etc. La exportación de productos agrícolas sigue siendo el rubro mayor en el comercio húngaro. Además de granos, es muy importante la exportación de cerdos. La competencia en este rubro con Serbia es uno de los varios factores que desencadenan la Primera Guerra Mundial.


 


El capital de estas industrias era fundamentalmente alemán, francés, italiano. La aristocracia latifundista prácticamente no capitalizó este proceso de incipiente industrialización.


 


El nacimiento de la industria en las grandes urbes pudo por fin absorber parte de la mano de obra desocupada del campo. La cantidad de obreros se duplica entre 1890 y 1914, pasando de 100.000 a 220.000. La mitad de ellos se encuentra en Budapest, la capital. Los sindicatos, dirigidos por la socialdemocracia, pasan de 50.000 afiliados en 1905, a 160.000 en 1917 y 720.000 en 1918.


 


Esta evolución económica hay que enmarcarla en el mosaico de problemas nacionales que hacen del centro de Europa un polvorín. Austria domina toda la región con mano de hierro. En 1867, llega a un acuerdo con la aristocracia húngara para hacer un solo reino con dos regiones independientes, y así se convierte en el Imperio de Austria-Hungría. Cada una de las dos regiones tiene independencia y ambas dependen de la corona de Habsburgo. Pero Austria le cede a Hungría el control de todas las nacionalidades sometidas, y los magiares se convierten de esta forma en los opresores de checos, eslovacos, rutenos, rumanos, croatas y eslovenos.


 


Al terminar la Gran Guerra en 1918, los imperios alemán y austríaco son vencidos por la Entente formada por Francia, Inglaterra y Rusia, aunque esta última se apartó de la alianza militar a partir de la toma del poder por los bolcheviques. La derrota militar hace entrar en colapso a todo el centro de Europa. Las monarquías se derrumban; la economía entra en un caos absoluto; las masas reclaman por la carestía y la desocupación. El problema nacional también estalla y el imperio austro-húngaro termina completamente desmembrado.


 


Monárquicos y liberales en Hungría


 


La estructura económica que hemos esbozado hacía de Hungría un país de grandes diferencias sociales. A una enorme masa de campesinos pobres, a la que se agregaba en los primeros años de este siglo una clase obrera muy concentrada y mal pagada, le correspondía una aristocracia elitista y una burguesía raquítica. Las sublevaciones liberales, especialmente la de 1848, fueron salvajemente reprimidas. El sistema político era abiertamente excluyente: sólo votaban los propietarios según su renta, eligiendo entre dos partidos oligárquicos: el partido pro-imperial, dirigido por el archirreaccionario Istvan Tisza, y el Partido de la Independencia, también aristocrático, más proclive a escuchar los problemas de Hungría.


 


De este último, surge a comienzos de siglo el Partido Radical, de Oscar Jászi y el conde Miguel Karolyi, que representa las aspiraciones de la burguesía liberal, favorable a la reforma agraria (a pesar de que Karolyi es aristócrata y latifundista) y al sufragio universal. Enemigo de Austria, se inclina más hacia Francia y, durante la guerra, es antibelicista. La fantasmal burguesía húngara no va a poder proyectar su apoyo al Partido Radical hasta 1914, cuando consiguen algunas diputaciones al Parlamento. Pero va a ser en 1918, con la caída del imperio, cuando serán llamados a cumplir un rol de contención del caos inminente.


 


La entrada en la guerra concita al principio cierto apoyo de la población magiar y la pasividad de los pueblos eslavos. Pero, en cuatro años de sangría, el ejército imperial no realiza ningún avance sensible. Los ataques de los rusos y de los serbios pueden ser resistidos sólo gracias a la ayuda alemana. Pasado el entusiasmo belicista, en 1917 empiezan los reclamos populares por la carestía económica y los reclamos nacionales. El nuevo emperador Carlos de Habsburgo presiona a Hungría para que haga concesiones a los pueblos eslavos, pero la aristocracia húngara es completamente reacia a modificar el statu quo colonial.


 


La disolución del ejército acompaña este proceso. En 1917 se subleva la flota, estacionada en el mar Adriático. También la infantería se amotina en Pécs (sur de Hungría) resistiendo dos días la represión, que termina con decenas de fusilados. En enero de 1918 se producen grandes huelgas, que comienzan en las fábricas de municiones de Budapest. Las consignas son por la paz y el apoyo al proletariado ruso. El socialismo agrega la consigna de sufragio universal, para congraciarse con los sectores pequeño burgueses, y a la vez llama a terminar la huelga. Sin embargo el movimiento sigue en todo el país durante tres días.


 


La disciplina en el Partido Socialista se quiebra. Surge un ala izquierda formada por delegados obreros de Budapest, ex anarquistas y socialistas partidarios del apoyo a la Rusia soviética.


 


En junio se produce otra huelga general, esta vez incluyendo a los trabajadores agrarios. Se inicia en una fábrica estatal de máquinas, donde la gendarmería, convocada para arbitrar, decide hacerlo matando varios obreros. La reacción de los trabajadores es inmediata y nacional, pero el Partido Socialista no abre la boca durante los cuatro días de huelga.


 


Finalmente, el 4 de octubre Alemania y Austria-Hungría solicitan el armisticio a las potencias de la Entente y la situación en el interior de esos países se derrumba. En Hungría se empiezan a formar consejos de obreros y soldados en forma inmediata, tanto en Budapest como en cada ciudad del interior. El ejército se desvanece de un día para el otro y todos los días se ven manifestaciones contra la guerra y contra el imperio.


 


La monarquía rehace el gabinete convocando otra vez a sectores reaccionarios. La burguesía y el Partido Socialista (que como siempre le da la espalda a las movilizaciones de masas) se unen en el Consejo Nacional, ofreciéndose como recambio gubernamental. Las masas se inclinan cada vez más a la izquierda: el 28 de octubre se convoca una gran manifestación que va desde el sector obrero (Pest) al sector antiguo (Buda) de la ciudad de Budapest. La policía reprime y los obreros asaltan armerías y cuarteles, consolidando la unidad con los soldados a través de los consejos comunes.


 


Ante el armamento obrero y la unidad de proletarios y soldados, el gobierno decide trasladar las tropas fuera de Budapest, pero éstas se niegan, plegándose todos los cuerpos a la agitación revolucionaria. El 31 de octubre cae el gobierno y sube el Consejo Nacional (frente de coalición entre el Partido Radical y el Partido Socialista), siendo presidente Miguel Karolyi. Las manifestaciones masivas en todo el país (en una de ellas, en Budapest, un soldado mata al jefe de la reacción, Istvan Tisza) expresan la alegría del pueblo ante la caída de la monarquía y el régimen reaccionario. Ha sido una revolución donde la clase obrera y los consejos fueron el motor y la burguesía (secundada por la socialdemocracia) fue a la rastra de los acontecimientos. Como en la revolución de febrero de 1917 en Rusia, los obreros todavía confían en los demócratas, aunque en su lucha van mucho más a la izquierda que éstos. La del 31 de octubre de 1918 es una revolución obrera usurpada por la burguesía, producto de la poca maduración política de las masas.


 


La experiencia del partido bolchevique ya influye en la izquierda del socialismo, que no se conforma con el nuevo gobierno y decide seguir adelante en su lucha. El día de proclamación de la república (16 de noviembre), ante decenas de miles de manifestantes, tres aviones arrojan un panfleto sobre la multitud con el texto de un telegrama de Sverdlov (miembro del gobierno soviético ruso) incitando al proletariado a seguir el combate contra la burguesía y a continuar con la lucha de clases. Entre la socialdemocracia y el ala izquierda del partido se empieza a abrir un abismo.


 


El gobierno liberal de Karolyi


 


Miguel Karolyi gobierna desde el 1º de noviembre de 1918 hasta el 21 de marzo de 1919. En apenas 141 días se desvanece en el aire todo el apoyo, el entusiasmo y la ilusión que en él habían depositado buena parte de las masas de Hungría.


 


Con el derrumbe de las economías vencidas en la guerra, la moneda húngara estaba destruida. Los obreros reclamaban aumentos de salarios; los soldados reclamaban un subsidio a la desocupación, que el gobierno concedió; los capitalistas escondían sus fortunas y no pagaban los impuestos. La única salida inmediata que encontró el gobierno de Karolyi fue la emisión de billetes, que a los pocos meses carecían completamente de valor.


 


"Los empresarios practicaban el sabotaje. Aun en los casos en que había materias primas y no faltaban los pedidos, los empresarios obstaculizaban la producción, porque ésta ya no les proporcionaba plusvalía sino déficit" (1). La burguesía estaba en tal estado de postración que buscaba malvender sus empresas y sus activos. Los obreros metalúrgicos y siderúrgicos comunistas proponen el control obrero de la producción como una consigna de transición hacia la toma del poder: "El control obrero representa únicamente una fase de transición hacia el sistema de la gestión obrera, para la cual es necesaria como condición previa la toma del poder político, la expropiación de los medios de producción sin indemnización a los actuales empresarios y la toma de posesión de los bancos por parte del Estado proletario" (2). Como se puede notar, el programa de transición que enarboló más tarde la IVª Internacional no fue un invento de laboratorio sino el resultado de la experiencia revolucionaria de toda una generación.


 


El control obrero se desprendía de la misma situación económica: a los burgueses ya no les interesaban sus fábricas, que quedaban a merced de sus administradores o de nadie. Ante la catástrofe, los obreros se veían obligados a tomar las riendas de la economía en sus manos. Pero el gobierno de Karolyi, a propuesta del socialista Garami, propone una administración mixta de las fábricas: patrones, obreros y Estado. Esta fórmula burocrática donde los obreros están en minoría se va a mostrar poco a poco ineficaz e irritativa.


 


Para solucionar el problema agrario, Karolyi proyecta el reparto de las tierras latifundiarias en parcelas de 500 hectáreas entre jornaleros y pequeños propietarios. Pero el aparato burocrático destinado a fiscalizarla es lento y pone más trabas que soluciones. Con el correr de los meses, los campesinos armados empiezan a ocupar las tierras con sus propios métodos y sin pagar el impuesto que el gobierno había decretado. Incluso se llega a expulsar por la fuerza a los administradores estatales de la reforma.


 


De todas maneras, la reforma no es más que una venta forzosa y subsidiada de las grandes propiedades a los campesinos pobres. Pero la gran mayoría de los obreros agrícolas no tienen medios para afrontar ese pago y el conflicto en el campo se agrava. Es así que en los cinco meses de gobierno liberal no se llega a producir el reparto de tierras salvo en casos contados.


 


El desorden en el campo enemista a los campesinos y obreros agrícolas con el gobierno, pero también a la aristocracia latifundista. El resultado es que Karolyi pierde base de apoyo y las ciudades empiezan a tener serios problemas de aprovisionamiento, al punto tal que ya en el mes de enero se recurre a las requisas de los comercios y al racionamiento de alimentos.


 


El problema financiero no es menor. A la depreciación colosal de la moneda y la recesión económica, se agrega la enorme desocupación por el licenciamiento de los soldados, ante los que el gobierno cede, concediendo un subsidio de 15 coronas diarias. Karolyi reconoce los empréstitos de guerra, para no enemistarse con la banca, lo cual aumenta la deuda pública. Recurre a una reforma monetaria (para separar su moneda de Austria) que es un completo fracaso y a una reforma fiscal que consiste en un impuesto progresivo sobre las rentas. La clase pudiente no paga sus impuestos (sólo espera subsidios y salvatajes del Estado, que está exhausto) y cada día se aparta más de Karolyi.


 


Las organizaciones obreras


 


La ruptura entre las direcciones obreras izquierdistas y el partido socialdemócrata se consolidó con la creación del Partido Comunista en noviembre de 1918. Hacia fines de ese mes llegan desde Rusia Béla Kun, Laszlo, Rabinovics que, siendo prisioneros de guerra y liberados por la revolución, pudieron ser testigos de la política bolchevique, a la que adhirieron. El PC húngaro no sólo recibió la adhesión de los obreros por su relación directa con la Revolución Rusa sino también porque desarrollaba una lucha sin cuartel contra el Estado de los capitalistas. En diciembre ya dominaba el sindicato de metalúrgicos y siderúrgicos, pero se encontró con un obstáculo: para los sindicatos húngaros, afiliarse a un sindicato era afiliarse al Partido Socialista, y no se permitía otro tipo de partidos en los sindicatos. La lucha del PC por sus ideas tuvo que comenzar por la lucha por el derecho a participar en los sindicatos. La negativa socialista llevaba a la fractura de la unidad proletaria.


 


Los metalúrgicos (dirigidos por el PC) presentaron un acabado programa político, donde se planteaba que la "república popular" no era más que "una forma modificada de la dominación capitalista" y el Estado, "el órgano colectivo de la clase detentadora de la propiedad". Propugnaba el control obrero como medio de transición contra la pobreza, llamaba a la construcción de Consejos obreros y a continuar la lucha de clases. Detallaba cómo debía otorgarse el subsidio al desempleo, que debía ser pagado por el Estado y los industriales en partes iguales. Finalmente, se afirmaba que nada impedía que los metalúrgicos adhirieran al PC. Durante tres días, una asamblea nacional de delegados discutió este programa y la aprobación del último punto significó la primera victoria del PC y su ingreso a la dirección de una multitud de sindicatos.


 


Los socialdemócratas estaban divididos en un ala derecha (Erno Garami) y un ala izquierda (Zsigmond Kunfi), pero esta ala izquierda también participaba del gobierno y sólo se diferenciaba de la derecha en que propiciaba un acuerdo con los comunistas.


 


Los socialdemócratas confiaban en las elecciones para una Asamblea Nacional y por izquierda planteaban que, a través de ella, la clase obrera obtendría el poder. Todas sus reivindicaciones las postergaban para la Asamblea Nacional y llamaban a los obreros a no exigir soluciones inmediatas al gobierno, dejándolas como tareas para dicha asamblea. Pero la situación de catástrofe urgía acciones concretas y, para peor, en las elecciones de Asamblea Nacional de Alemania primero, y de Austria después, los socialdemócratas de esos países quedaron en minoría, con lo cual se alejaban las posibilidades de lograr alguna reforma por esa vía.


 


El PC tenía una postura opuesta y se basaba en las conversaciones que Béla Kun había tenido con Lenin en Rusia (3). Afirmaba que "la democracia es sólo una forma modificada del dominio capitalista, que sólo aparece o bien cuando la clase detentadora de la propiedad es tan fuerte que puede permitir sin peligro a las masas trabajadoras hacer oír su voz en la cámara legislativa del estado burgués, o cuando es tan débil que no puede conservar el dominio del capital sin hacer tales concesiones a las masas" (4). Y esto lo decía el PC luego de toda una historia de dominio de la monarquía y los aristócratas, con una "democracia" nueva, que podía concitar las ilusiones de buena parte de las masas. Las críticas del PC no hacían más que retomar las posiciones de Marx en la "Circular de 1850" y la experiencia del Partido Bolchevique entre febrero y octubre de 1917.


 


A la sorda disputa entre socialdemócratas y comunistas en el interior de los sindicatos, se pasó en enero al combate abierto. Para el gobierno liberal, el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Alemania (15 de enero de 1919) fue como el aviso de iniciación de la represión. El diario socialdemócrata Népszava (La Voz del Pueblo) lanzó una campaña histérica contra el partido de Béla Kun. La central sindical decide expulsar a los comunistas de toda dirección gremial.


 


En este clima de resentimiento generalizado contra el comunismo, se produce el asalto al Népszava el 20 de febrero. Inmediatamente fue atribuido a los comunistas, pero la dirección comunista se enteró por teléfono en momentos en que informaba a la dirección socialdemócrata sobre una invitación protocolar a Rusia. Aunque el PC negó toda participación en los hechos, el asalto había dejado varios muertos y heridos en la calle (entre ellos, algunos policías) y toda la prensa burguesa aprovechó para reclamar por la cabeza de los dirigentes comunistas. La dirección del PC se reunió pocas horas después y decidió no esconderse sino enfrentar el enjuiciamiento y continuar con la agitación. Esa misma noche es encarcelada toda la dirección, siendo salvajemente torturados y maltratados. Hasta la prensa burguesa cuestionó el maltrato a los comunistas, pero los socialdemócratas justificaron a los policías por "el dolor que sentían por los colegas caídos" en la provocación montada.


 


Con el PC descabezado, la socialdemocracia quiso asestarle el golpe final, desatando una caza de brujas en los sindicatos y exigiendo a los obreros que regresaran a la socialdemocracia. Por ejemplo, se intimó a los obreros de una fábrica de aviones a reintegrarse al PS o la fábrica (estatal) sería castigada con la interrupción de los insumos y el cese de la producción. Como se ve, para el PS en la lucha contra el comunismo valía cualquier recurso.


 


Sin embargo, las presiones de la realidad fueron más fuertes que la histeria socialdemócrata, y los obreros siguieron adhiriendo en masa al Partido Comunista. Las presiones populares obligan al gobierno a liberar a 29 detenidos a fines de febrero, y a retirarles a los restantes la acusación de "alta traición". En todo el norte de Hungría los comunistas se unen a los socialistas de izquierda y prácticamente se adueñan de la situación en varias ciudades, desconociendo la autoridad del gobierno central.


 


Una a una, durante el mes de marzo, las fábricas se pronuncian en contra de la política socialdemócrata de depositar confianza en la Asamblea Nacional. También llueven los pronunciamientos por la libertad de los comunistas presos. El congreso de los Consejos Obreros de la llanura húngara reclama en esos días la socialización de la producción, el fin de la paz civil y la expropiación de la tierra sin indemnización. El sindicato de torneros llama a una manifestación el 9 de marzo por la dictadura del proletariado. La dirección del sindicato, socialdemócrata, intenta en vano modificar la decisión. El 18 de marzo, los 20.000 obreros de la fábrica de municiones de Csepel, cerca de Budapest, realizan un acto en conmemoración de la Comuna de París y votan una resolución por la liberación de los comunistas presos, llamando a una reunión nacional para el 21 en la misma ciudad.


 


A un mes de la provocación del Népszava, los intentos socialdemócratas por aislar a los comunistas se ven coronados por una inequívoca derrota.


 


Volteretas de la izquierda socialista


 


Seguramente a partir del cariz que fueron tomando los acontecimientos, la crisis del gobierno, el inmovilismo del Partido Socialista y el creciente apoyo que recibían los comunistas de parte de los obreros de la ciudad y del campo, el ala izquierda del socialismo decide hacia el 10 de marzo retomar los contactos con la dirección comunista en la cárcel. Tres dirigentes del sindicato de tipógrafos, Bogár, Mausz y Sebök, solicitan a Béla Kun que redacte un programa en base al cual se pueda reconstituir la unidad del movimiento obrero.


 


Béla Kun contesta con un escrito de gran importancia, pues en base a él se conformará finalmente la unidad de ambos partidos. Allí aboga por la ruptura con los socialtraidores, por una unidad real y revolucionaria de la clase obrera, por llevar a la práctica "las medidas transitorias conducentes al socialismo". Y especifica los puntos siguientes, que resumimos:


 


1. Ningún apoyo al llamado gobierno del Estado burgués. El poder a los consejos de obreros, soldados y campesinos.


 


2. Rechazo de la integridad territorial del viejo imperio húngaro. Ninguna guerra con checos, rumanos o serbios por su "reintegración" a Hungría.


 


3. Nada de república parlamentaria sino república centralista de los Consejos. Abolición de toda fuerza armada permanente. Eliminación completa de la burocracia. Los cargos deben ser elegibles y revocables ante las asambleas. Ingreso no superior al de un trabajador calificado.


 


4. Control centralizado de los Consejos y control descentralizado de la producción industrial y agrícola y de la distribución de los productos.


 


5. La tierra es del Estado, toma de posesión de la propiedad del suelo por el proletariado. "Enérgica lucha contra los repartos de tierra." Aceptación de cooperativas como método de transición.


 


6. Socialización de la banca.


 


7. Estatización de la industria y los transportes.


 


8. Monopolio estatal del comercio exterior y del comercio de productos de primera necesidad.


 


9. Protección de los trabajadores.


 


10. "Propaganda del socialismo por cuenta del Estado. Separación inmediata de la Iglesia y el Estado. La escuela debe ponerse abiertamente al servicio de la educación para el socialismo."


 


En la misma carta termina reconociendo (cosa que había significado una acusación por parte de la socialdemocracia) que el Partido Comunista húngaro recibía el apoyo de Lenin y de los espartaquistas alemanes, tanto con ideas (a través de Radek) como con rublos.


 


Mientras se producían estos intercambios, la situación del gobierno y, por consecuencia, la del ala derecha de la socialdemocracia empeoraban día a día. A la insurgencia de obreros, campesinos y soldados, cuyos consejos iban ocupando cada día más porciones de poder (ciudades, tierras, fábricas) ante la inoperancia del gobierno liberal, Karolyi debió soportar en esos días una nueva ofensiva de las tropas extranjeras que fue lo que en definitiva lo hizo caer.


 


Con la derrota bélica, Hungría ya había perdido Bohemia, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia y Transilvania. Karolyi, cuyo partido era francófilo, confiaba en mantener las fronteras de la propia Hungría. Pero el 20 de marzo el coronel Vix, del ejército francés que operaba desde Rumania, le comunicó a Karolyi los nuevos acuerdos de la Entente con Rumania: las tropas húngaras debían desmilitarizar una franja de su territorio limítrofe con Transilvania que incluía varias ciudades importantes como Debreczin y Szeged, las tropas rumanas avanzarían hasta lo que es hoy la frontera entre Hungría y Rumania; la zona desmilitarizada sería controlada por el ejército francés. Pero aun esta frontera, según la nota del coronel Vix, era provisoria.


 


La intimación del ejército imperialista llegó en momentos en que el Consejo de soldados instalaba cañones en una colina junto a la ciudad de Budapest, los periódicos no salían a la calle hacía dos días por huelga de tipógrafos y se reunían en Csepel delegados de todo el país para forzar un cambio de gobierno. El gobierno liberal había llegado a su fin.


 


En una reunión de gabinete, Karolyi anticipó su renuncia y le propuso a los socialistas que formaran gobierno. Estos manifiestan su acuerdo, pero más tarde, en una reunión interna, deciden aceptar las bases programáticas presentadas por Béla Kun y formar gobierno con los comunistas. Algunos dirigentes del ala derecha renuncian al partido. El resto se dirige a la cárcel y pacta con la dirección comunista la unificación de los dos partidos en el Partido Socialista Unificado de Hungría, la conformación de un gobierno con base en los Consejos de Obreros, Soldados y Campesinos y mayoría de ministerios para los comunistas, sobre la base de la plataforma de unidad presentada por Béla Kun que detalláramos más arriba. Redactan una nueva declaración que afirma, entre otras consideraciones, que el nuevo partido "asume inmediatamente el poder en nombre del proletariado". Y suspende las "tan cacareadas elecciones" para la Asamblea Nacional.


 


La dirección comunista, como señaláramos al comienzo del artículo, siguió todavía algunas horas detenida. Hacia la tarde del 21 de marzo, llegó el Consejo de soldados (luego de una reunión donde se pronunció por la liberación de los comunistas y la dictadura del proletariado) dispuesto a liberar por la fuerza a los presos, pero al mismo momento llegó el oficial de justicia ordenando la liberación, feliz casualidad que evitó un baño de sangre entre soldados y policías.


 


Al día siguiente, Béla Kun declaró: "Las cosas han ido demasiado bien. No he podido dormir, he estado pensando toda la noche dónde nos hemos podido equivocar. Porque en uno u otro punto debe ocultarse un error. Ha sido algo demasiado fácil. Ahora nos damos cuenta de ello, pero temo que sea demasiado tarde" (5).


 


El día que el lobo se disfrazó de oveja


 


¿Qué transformación se había operado en la socialdemocracia para constituir gobierno junto a los comunistas, a los que hasta pocos días antes insultaba desde su periódico? Según sus declaraciones en ese momento, consideraban que el país marchaba hacia el comunismo en forma inevitable, por el apoyo que los obreros daban al PC, por la enorme ilusión que representaba la cada día más consolidada Revolución Rusa, por la catástrofe social y económica de Hungría. Como dijera meses después Jacob Weltner (dirigente del ala izquierda), "debíamos elegir entre la guerra civil, la unificación o la retirada completa por nuestra parte". Es decir que, por lo menos, la socialdemocracia era consciente de que no podría formar gobierno sola, como hiciera en Alemania y en Austria, sino que, abandonado por la burguesía liberal, un gobierno socialdemócrata sería un último paso antes de la toma del poder por los obreros, ya casi completamente volcados al apoyo al comunismo. La dirección socialdemócrata sabía que la clase obrera la quería quitar de en medio y que su programa era impotente para resolver los acuciantes problemas de las masas. En vez de inmolarse con un programa democrático, decidieron travestirse de izquierdistas y unirse al PC.


 


"Muchos de nosotros veíamos claramente que marchábamos hacia la catástrofe", sigue Weltner, pues en un estado arruinado "el comunismo no puede ser llevado a la práctica. Por eso yo trabajé con toda mi energía para conseguir que la destrucción, las crueldades y la corrupción fueran contenidas dentro de los límites más estrechos posibles, con objeto de que el movimiento proletario pudiese mantenerse incluso después de la catástrofe" (6). Como se ve claramente, los socialdemócratas no confiaban en la creación de un gobierno obrero, sino que adoptaron la táctica de dejarse arrastrar por la ola de los acontecimientos para poder sabotearlos, empobrecerlos y ahogarlos dentro de los límites del democratismo pequeño burgués.


 


Es interesante observar que nunca el PC había propuesto la unificación de los partidos. Esa fue una propuesta socialista, basándose en que en Hungría partido socialista y sindicatos eran la misma cosa. Quien se afiliaba a un sindicato lo hacía automáticamente al Partido Socialista y las direcciones de ambas instituciones coincidían. Cuando el PC nace en noviembre, uno de sus conflictos, como hemos visto, es que no se le permitía a los obreros afiliarse a otro partido que no fuera el PS. Cuando la socialdemocracia busca el acuerdo con Béla Kun en la cárcel, lo hace en el nombre de la "unidad del movimiento obrero".


 


Lo más llamativo fue que la clase obrera intuyó que todo era una maniobra, y cuando en el mes siguiente se procedió a la unificación de los partidos y la elección de los representantes, los socialdemócratas perdían en la mayoría de los lugares. Los comunistas, por su parte, debieron defender las posiciones de los socialdemócratas y actuar de abogados de sus antiguos victimarios, con lo cual gastaban energías por salvarlos y vacilaba la confianza de los obreros en los mismos comunistas.


 


Como dice Béla Szanto (uno de los comisarios del pueblo y también jefe de milicias), se debía haber empujado a los socialistas no hacia la izquierda sino hacia la derecha. Desenmascararlos ante las masas como unos burgueses disfrazados de comunistas empujados por la necesidad y que traicionarían a la primera dificultad. Si antes prometían llegar al socialismo a través de la democracia, ahora tratarían de volver a la democracia a través del socialismo, lo cual, en un país arruinado y acosado por ejércitos extranjeros, era claramente un suicidio.


 


Se debía haber aceptado la conformación de un gobierno conjunto (sólo eran comunistas dos comisarios más los subcomisarios de todo el resto), pero nunca la unificación de los partidos, que impedía la preparación política de la vanguardia en referencia a las acciones que una dictadura proletaria debía emprender. Por otra parte, el ascendiente que los comunistas, y particularmente Béla Kun, tenían entre la clase obrera era lo suficientemente fuerte como para lograr una composición del comisariado más favorable al comunismo.


 


Menos aún se debió intentar durante la unificación que los dirigentes socialdemócratas salgan elegidos por los obreros. Al contrario, aunque fueran aliados de gobierno, se debía haber intentado su expulsión del seno de la clase obrera. La unificación partidaria fue más perniciosa considerando la juventud del Partido Comunista, cuyos cuadros habían sido recolectados mayoritariamente del anarquismo (Kogan, Szamuelly, Corvin, Kransz, el más tarde famoso Lukacs) y, en parte, del socialismo.


 


Inmediatamente constituido el gobierno de los Consejos, Béla Kun telegrafió a Lenin la novedad y éste, en otro telegrama del 23 de marzo, le requirió seguridades: "Le ruego comunicar qué garantías efectivas tiene usted de que el nuevo gobierno húngaro sea, en realidad, un gobierno comunista y no simplemente socialista, es decir, socialtraidor. ¿Poseen los comunistas la mayoría en ese gobierno? ¿Cuándo se celebrará el congreso de los soviets? ¿En qué consiste el reconocimiento efectivo de la dictadura del proletariado por los socialistas?" (7)


 


Béla Kun calmó las expectativas del dirigente ruso. Hablando por radio, le dijo: "No cuento con la mayoría en el gobierno, pero saldré victorioso, porque las masas están conmigo y va a reunirse el congreso de los soviets" (8). Lo concreto es que Lenin dio su más firme apoyo al gobierno obrero húngaro. En un artículo aparecido en Pravda el 29 de mayo de 1919, destacaba "el restablecimiento inmediato de la unidad de la clase obrera, de la unidad del socialismo sobre la base de un programa comunista" (9). Afirmaba que el ejemplo húngaro era "mejor que el de la Rusia Soviética, porque (supo) unir de un golpe a todos los socialistas sobre la plataforma de una verdadera dictadura del proletariado" (10).


 


Evidentemente, el programa común (que los socialistas aprobaron sin leer) calmaba las expectativas de Lenin y de los dirigentes comunistas húngaros. También era verdad que Béla Kun era el dirigente más reconocido entre los proletarios. En las elecciones para el Congreso de los Consejos que se realizaron el 7 de abril, los comunistas obtuvieron la mayoría. Sin embargo, como veremos, no era suficiente para definir todos los pasos a seguir durante el gobierno de los consejos.


 


La obra de la dictadura de los Consejos


 


El entusiasmo de los obreros por su nuevo gobierno fue enorme. Incluso la pequeño burguesía y sectores burgueses y nacionalistas dieron su apoyo inicial a la dictadura de los consejos. Para los obreros, era la ocasión de refrendar las acciones revolucionarias que estaban desarrollando desde el mismo nacimiento de la república burguesa. Desde el punto de vista "nacionalista", sólo un gobierno fuerte en alianza con Rusia podía frenar el despojo de Francia, Rumania, Checoslovaquia, Serbia. La gran mayoría de la población creía en la fortaleza del nuevo gobierno. Incluso en la bolsa de Zurich se siguió cotizando la corona húngara sin grandes caídas.


 


Al igual que en la Comuna de París de 1871, los obreros habían constituido gobierno por la incapacidad y podredumbre de la clase burguesa por mantenerse en el poder. La burguesía se había marchado sola y el poder pasó formalmente a sus partidos casi de la misma forma que se cambia un gabinete por otro en los regímenes liberales.


 


La clase obrera no debió pelear con las armas en la mano, en las calles, contra la burguesía. Lo había hecho, sí, contra la monarquía. Pero el paso del gobierno capitalista al socialista se había hecho en forma indolora. Para los comunistas de todo el mundo, esto demostraba una vieja afirmación bolchevique: la revolución en Occidente sería más "pacífica" y más "civilizada" que la misma revolución en Rusia, más oriental y más bárbara. También evidenciaba que la influencia de la Revolución Rusa no se reducía a la creación de algunos partidos afines en Europa: era una gran ilusión que recorría los corazones de toda la clase obrera del mundo.


 


La dictadura de los Consejos, en su corta vida de cinco meses, desarrolló una vasta obra.


 


Primeramente, a través del decreto Nº 9 se socializaron los bancos y las empresas con más de 20 obreros. Este decreto sólo venía a legalizar una situación de hecho en toda Hungría: los obreros se habían hecho cargo de la producción hacía ya algunos meses. En cada fábrica se eligió un comisario responsable y otros tres delegados, todos elegidos en asamblea y revocables. A su vez, entre los comisariados del gobierno, los sindicatos, los consejos locales y los responsables de fábrica, se conformó un Consejo Económico Popular de 60 miembros, que discutía los problemas y soluciones a nivel económico para toda Hungría.


 


La distribución de alimentos y mercaderías se puso en manos de los soviets locales (11). Se comunalizaron los negocios de más de 10 personas para garantizar que no hubiera especulación ni acaparamiento. Como en otras medidas, se notó aquí la influencia del pensamiento anarquista: en vez de nacionalizar la distribución, se la dejó en manos del Consejo de cada ciudad.


 


El comisariado de finanzas, dirigido por el comunista Jeno Varga, emitió 8 mil millones de coronas (billete blanco), que se desvalorizaron rápidamente. Seguían circulando en Hungría, y sobre todo en el exterior, el billete azul que había impreso el Imperio Austro-Húngaro. Este billete era reconocido como moneda de pago en el extranjero y por eso mantenía su valor. Cuando el valor del billete blanco cayó por el piso, los campesinos exigían el pago en especias o en billete azul.


 


El gobierno había cambiado, era evidentemente un gobierno proletario basado en los consejos de obreros y soldados, pero el Estado, ¿había cambiado? Como ya la Comuna de París había demostrado, los obreros no pueden tomar la maquinaria del Estado tal cual la encuentran sino que de hecho deben destruirla y formar otra nueva. ¿Sucedió eso en Hungría? Veremos que sustancialmente sí, pero quedaron varias tareas por cumplir.


 


La primera discrepancia de gobierno surgió cuando el PC planteó desarmar a la odiada policía y gendarmería. El socialismo se opuso (12). Los obreros empezaron a desarmar a los policías en la calle, lo que provocó que éstos se escondieran. Pasados algunos meses, y cuando ya Hungría se defendía contra la agresión extranjera, los socialistas accedieron al desarme de la policía. ¿Qué gobierno se sostiene sin el monopolio de las armas?


 


La burocracia del Estado no fue disuelta (13). El Estado debió asentarse sobre la vieja clase de arribistas pequeñoburgueses que se aferraban a sus puestos ganados bajo la monarquía. Los socialistas, nuevamente, defendieron la "estabilidad laboral" de sus "clientes electorales", y la maquinaria administrativa debió sufrir el boicot de quienes no esperaban desarrollar una revolución sino de los que querían usufructuarla.


 


Se igualaron los salarios, y ningún funcionario estatal ganaba más que un obrero especializado. Los mismos salarios industriales se unificaron en cuatro grandes categorías. Pero pronto se observó que la productividad había caído. "El rendimiento del trabajo personal ha disminuido un 60% en relación con los tiempos de paz", afirmó Jeno Varga (14). Las causas de esta caída se encontraban, según el comisario de finanzas, "en la supresión de la coacción capitalista". Pero también, agregaremos, en que la vanguardia obrera se había alistado voluntariamente en los destacamentos de defensa.


 


Los socialistas también se opusieron a una ley general que separara a la Iglesia y el Estado. En esto ya no eran inconsecuentes con el socialismo sino directamente con sus propias consignas de pocos meses antes, pero también obedecía a su ceguera "electoralista": no enemistarse con un pueblo mayoritariamente católico. De esta manera, la cuestión religiosa la resolvió cada comuna a su parecer, lo que provocó la inevitable resistencia de la Iglesia. Las misas se transformaron en centros de conspiración antigubernamental, aprovechando las vacilaciones del gobierno en el tema.


 


Se actuó en forma vacilante con la libertad de prensa. La prensa burguesa siguió saliendo, hasta que se agotó el papel de rotativa. Recién en ese momento se prohibió a los diarios capitalistas y siguieron apareciendo solamente los diarios obreros.


 


En otros aspectos sociales, el consenso fue mayor. Se redujeron los alquileres un 20% y se procedió al reparto de las viviendas lujosas, acomodando familias obreras en las mansiones de la burguesía, dejándoles incluso el mobiliario.


 


Se prohibió la venta de alcohol en las tabernas y se promocionó el teatro: dos tercios de las entradas eran adquiridas para repartir entre los sindicatos y un tercio se dejaba para venta libre. Se editaron centenares de folletos y libros de propaganda socialista, que se vendían a precios ínfimos.


 


Se suprimieron las cajas de socorros y mutuales, pues la atención médica era igual para todos y gratuita. La escolaridad se decretó obligatoria hasta los 14 años. Se suprimieron las facultades de Derecho y Teología y se incentivó el estudio de la biología. Para realizar tareas docentes, se trasladó a miles de personas de tareas improductivas (empleados y profesionales) a la enseñanza.


 


Se garantizó el voto universal (varones y mujeres) desde los 18 años. Se rompió así con la "democracia" para rentistas que había prevalecido en Hungría hasta entonces. Se decretó el matrimonio libre desde los 14 años para las mujeres y desde los 16 para los varones, sin consentimiento paterno. El divorcio era unilateral y se llevaba a cabo como un trámite en 24 horas. El aborto estaba autorizado siempre que se llevara a cabo en hospitales públicos (15).


 


El problema campesino


 


El problema agrario es, evidentemente, uno de los factores más delicados para los gobiernos revolucionarios. En Rusia el Partido Bolchevique debió dejar para más adelante sus planteos de colectivización agraria y aceptó casi sin modificaciones el programa de los socialistas revolucionarios, que representaban la mayoría de los delegados campesinos a los soviets. Este era un programa de reparto de tierras, donde se legalizaba y generalizaba las tomas de grandes haciendas que motorizaron la Revolución Rusa entre febrero y octubre de 1917. Después de la toma del poder, Lenin planteó continuar con la lucha de clases en el campo, favoreciendo la creación de soviets o comités de campesinos pobres y jornaleros, en oposición a los campesinos ricos que dominaban los comités de reparto de tierras.


 


El diagnóstico del PC húngaro sobre la situación agraria estaba basado en que "Hungría es un típico país de grandes propietarios terratenientes, y la inmensa mayoría de su población rural está compuesta por trabajadores asalariados, sin tierra, y por pequeñísimos propietarios. Por esto las relaciones sociales en el campo húngaro son muy propicias para una política agraria revolucionaria" (16). De aquí se desprendía que la tarea de una dictadura proletaria consistía en colectivizar directamente el campo, sin pasar por una reforma agraria. De hecho, afirmaron que "el proletariado húngaro se hallaba en una situación más favorable que el ruso, que al instaurar la dictadura del proletariado se encontró con el reparto de la tierra ya efectuado" (17). Es decir que, mientras Lenin debió conciliar posiciones con el socialismo revolucionario y los campesinos, concediendo la reforma agraria y el reparto de tierras, la dictadura de los Consejos en Hungría estatizó toda la tierra y colectivizó las grandes haciendas.


 


Esto provocó el entusiasta apoyo de los peones y jornaleros del campo al gobierno revolucionario y, a la vez, que los pequeños propietarios, o los que querían serlo, pasaran a engrosar las filas de los conspiradores contra el régimen. El campesino propietario dejó de enviar productos de granja a la ciudad y se alió con el cura de la aldea para apoyar a los ejércitos invasores que rodeaban al gobierno revolucionario. Por el contrario, las grandes fincas siguieron produciendo a gran escala, con lo cual las ciudades estaban bien abastecidas de alimentos, el salario de los jornaleros creció enormemente y los principales batallones de defensa del nuevo ejército estaban constituidos por peones del campo. Incluso en una zona ya tomada por el ejército rumano, Transilvania, hubo una huelga general de obreros agrarios favorable al gobierno de Budapest.


 


De todas maneras, es falsa cierta diferenciación que hace Béla Szanto entre Rusia y Hungría: en Rusia, en octubre de 1917, la tierra estaba tan subdividida como en Hungría en marzo de 1919. No es verdad que Lenin se hubiera encontrado con una masa de campesinos recientes propietarios de tierras ocupadas y, en consecuencia, haya debido negociar la reforma agraria. Las grandes fincas fueron ocupadas, pero el reparto efectivo no lo hizo el gobierno provisional de Kerensky sino el gobierno revolucionario del Partido Bolchevique y los socialistas revolucionarios, estos últimos como representantes de la masa campesina. Lo que sí es verdad es que en Rusia la masa de pequeños propietarios era enorme y su objetivo inmediato era la ocupación de un pedazo de terreno que le permitiera vivir dignamente, no aplastado por la competencia con los grandes señoríos.


 


En Hungría, el campo no estaba tan revolucionado como en Rusia. El movimiento campesino empezó a movilizarse a partir de la revolución de octubre de 1918, y en muchos lugares la movilización surgió como reacción a la reforma agraria de Karolyi. La socialdemocracia, la gran organizadora del proletariado húngaro, no había podido organizar en la misma proporción a los obreros del campo. Para peor, en su afán electoralista, asumió el programa de los campesinos más acomodados y de hecho embarcó a los jornaleros y peones detrás del movimiento de campesinos ricos.


 


Cuando estalla la revolución obrera, el movimiento campesino tiene un protagonismo muy inferior al de los consejos de obreros y soldados y, además, no cuenta con un partido que lo represente como los socialistas revolucionarios en Rusia. El decreto de la tierra, que recién se promulga el 4 de abril, indica que "la tierra húngara pertenece a la comunidad de los trabajadores" (18), es decir al Estado o a la comuna, y queda descartada la propiedad individual. En los hechos, el movimiento campesino quedó dividido como apuntáramos antes: el campesino propietario en contra de la política agraria, especulando y almacenando grano, y los peones y jornaleros apoyando al gobierno, garantizando la provisión de alimentos a las ciudades.


 


Los ejércitos extranjeros azuzaron a los campesinos, a través de la Iglesia Católica, a sublevarse contra el gobierno. Sólo consiguieron algún éxito en la zona oeste de Hungría, donde debió partir el comisario Szamuely, ex anarquista, a reprimir un movimiento. De aquí surgió la "leyenda negra" del gobierno revolucionario que indicaría que "el sanguinario Szamuely" (como lo llamaron los burgueses) fusiló y ahorcó a cuanto opositor asomaba la cabeza. En verdad, sólo se ahorcó o fusiló a 129 personas en los cinco meses de gobierno, de las cuales sólo 48 fueron por orden de Szamuely (19). En contraposición, podemos anticipar que el ejército rumano fusiló a 30.000 personas en los primeros días de la caída de Budapest. Un claro ejemplo de "ética" y "democracia".


 


El problema militar


 


La dictadura de los Consejos estaba acosada por cuatro ejércitos: los checos desde el norte, los serbios desde el sur, los rumanos desde el este y los franceses ayudando a todos ellos (ver mapa). Hungría era tratada por las grandes potencias como una nación vencida en la guerra, a la que se debía saquear y hundir, ya que no para otra cosa se habían sacrificado tantas vidas de soldados. Los checos, serbios y rumanos, por su lado, pretendían "hacer leña del árbol caído" y expandir sus fronteras a expensas de Hungría, aún tomando zonas con población magiar, como Transilvania.


 


En rigor, este acoso había comenzado ya bajo el gobierno liberal de Karolyi y fue la causa directa de su caída. Francia no jugó a defender el gobierno liberal frente a la revolución sino que prefirió hundirlo, dejar que se pudra la situación aun con un gobierno bolchevique, y declarar luego tierra arrasada y poner gobiernos títeres en la región (20). La única diferencia para Francia antes y después de la revolución obrera es que se encontró ahora con una resistencia mucho más fuerte.


 


En el momento de decidir su entrada al gobierno, uno de los fenómenos que los comunistas evaluaron fue la cercanía de las tropas rusas hacia el nordeste de Hungría, detrás de los Cárpatos, donde se luchaba contra el ejército blanco ucraniano. El 13 de marzo informaba el diario del PC Voros Ujsag (Noticias Rojas) que el ejército rojo triunfaba en la zona de Galizia y estaba a sólo 200 kilómetros de la frontera húngara.


 


El gobierno de los Consejos, cuyo comisario de Relaciones Exteriores es Béla Kun, surge como reacción a la caída del gobierno burgués y, a la vez, como una defensa de las fronteras magiares. Por ese motivo recibe el inicial apoyo aún de sectores nacionalistas de derecha. Preocupado por no mostrar al nuevo gobierno con las mismas ansias expansionistas de antaño, Béla Kun declara reiteradas veces que Hungría no va a actuar fuera de sus fronteras naturales (es decir, territorio magiar).


 


De todas maneras, Rumania y Checoslovaquia deciden ocupar Hungría a principios de mayo. El gobierno decreta la movilización general y las tropas rumanas son rechazadas reiteradas veces, manteniéndose en la ribera oriental del río Tisza (unos 100 kilómetros fronteras adentro de Hungría).


 


El ejército checo, comandado por el general francés Pellé, es derrotado y desbaratado el 11 de mayo. Finalmente, el 7 de junio el ejército checo se rinde. El 11 de junio, el ejército húngaro ocupa la Alta Hungría, el 14 ocupa Eslovaquia y el 16 las fuerzas obreras de Eslovaquia se levantan y proclaman la dictadura proletaria en esa zona, gobierno revolucionario que durará sólo unas semanas.


 


Lejos de estar ahogándose, la revolución húngara se extendía. En Eslovaquia se decretó la reforma agraria. En Praga (Checoslovaquia) y Viena (Austria) suben gobiernos socialdemócratas.


 


Pero pronto empieza el ciclo contrario. El Ejército Rojo en Ucrania no avanza hacia la frontera húngara, a la que es muy difícil llegar por la oposición de las tropas y el obstáculo de los montes Cárpatos, y se dirigen hacia el sur, a tomar Odessa, mucho más importante desde el punto de vista político y militar.


 


El primer ministro francés Clemenceau propone discusiones de paz a Béla Kun, a condición de retirar su ejército de Eslovaquia. Béla Kun acepta y la dictadura obrera eslovaca cae a principios de julio.


 


El ejército rumano se recupera y hacia fines de julio vuelve a atacar, esta vez con más fuerza, contando con la ayuda ahora desembozada de campesinos y curas, y promoviendo las deserciones en el ejército magiar.


 


A esto se agrega una dificultad de orden político, y es que el antiguo ejército no había sido revolucionado. Los soviets de soldados dirigían la situación interna, pero ante las circunstancias de rechazar a los ejércitos invasores, se volvió a contar con los oficiales del viejo ejército imperial. La vigilancia política que los soldados podían ejercer decayó con el tiempo. Los socialistas del gobierno se negaban a endurecer posiciones con respecto a la oficialidad, así como se habían negado a desarmar a la policía y la gendarmería. En las últimas semanas de gobierno obrero, el ejército era una de las cuevas de conspiradores y batallones enteros se negaban a luchar, tratando de llegar a un acuerdo con el ejército francés, del otro lado de la trinchera.


 


Cuando el fin de la dictadura de los Consejos se veía inevitable, Béla Kun y los comunistas renunciaron al gobierno (1º de agosto), exiliándose en Austria, y los socialistas formaron un gobierno de emergencia, que fue barrido días después por el invasor rumano y francés. Se produjo entonces una de las carnicerías más grandes de que se tenga noticia: todo individuo hallado con un arma era fusilado sin juicio previo. Fue prohibida toda actividad política desde comunistas hasta radicales liberales. Se instauró una dictadura sangrienta que gobernó el país durante 10 años que hizo pagar, a cuenta de Francia y de Inglaterra, no sólo los gastos de guerra de los vencedores sino también el pecado de haber querido desarrollar un gobierno revolucionario propio.


 


Conclusiones


 


La experiencia húngara entre octubre de 1918 y marzo de 1919 es comparable a las vicisitudes de la Rusia revolucionaria entre febrero y octubre de 1917. La comparación no es nuestra sino que ya los mismos actores se sintieron "repitiendo" los pasos de sus hermanos bolcheviques: la revolución de octubre fue comparada a la revolución de febrero. Karolyi fue llamado (por los húngaros y por el mismo Lenin) como el Kerensky húngaro. Los sucesos frente a la redacción del Népszava y el encarcelamiento de los comunistas fueron comparados a las jornadas de julio y a la posterior ilegalización de los bolcheviques. Similares situaciones revolucionarias, de doble poder, donde los soviets en manos conciliadoras son a la vez el ámbito donde se dirimen los programas obreros y donde se le disputa el poder a la burguesía.


 


A su vez, los sucesos de la dictadura de los consejos son equiparables a la Comuna de París: un gobierno burgués que se deshace en sus propias contradicciones, se corre de la escena y deja "casi pacíficamente" que la clase obrera ocupe el poder que aquél ya no puede sostener. Si la Comuna de París no pudo contar con el apoyo del campesinado y quedó relegada a la capital de Francia, la dictadura de los Consejos húngara contó con un apoyo relativamente amplio entre los jornaleros y peones del campo. Como la Comuna, el gobierno obrero fue un gobierno de coalición entre diferentes fracciones obreras, debió enfrentar una guerra invasora y la tarea de destrucción del Estado burgués quedó a medio terminar.


 


Su interés, para el revolucionario de hoy, radica en que Béla Kun había conversado largamente con Lenin, en Rusia, las características de la Revolución Rusa, y las aplicó en la medida de lo posible en su experiencia húngara. Ya en el poder, todos sus pasos fueron controlados y confrontados con las opiniones del dirigente ruso, a través de decenas de telegramas que no se han conservado. Recibieron apoyo en dinero y en ideas directamente de Karl Rádek, radicado entonces ilegalmente en Alemania, así como éste las había transmitido al espartaquismo alemán.


 


Entre los paralelismos con la experiencia bolchevique, se destaca la constante prédica de los comunistas por continuar la lucha contra el estado burgués, aun bajo fachada democrática, y la necesidad de marchar hacia la dictadura del proletariado, planteando para ello consignas transicionales que actuaran como un puente entre el momentáneo apoyo de los obreros a las fuerzas reformistas y su necesidad futura de consumar una revolución obrera para acceder al poder y terminar con la bancarrota del capitalismo. 


 


Hemos transmitido lo que, a nuestro entender, fueron los aciertos y los errores del gobierno obrero húngaro. Entre los errores, el principal fue la unificación de los partidos socialista y comunista. A pesar de haberse hecho sobre la base de un programa comunista (factor que provocó el apoyo de Lenin a la unificación), conformaba una situación donde el programa era lo que menos importaba. Los socialistas aceptaban la dictadura proletaria, aceptaron el programa sin leerlo, porque entendían que la única forma de gobernar era con el partido que atraía mayor apoyo en ese momento: el partido de Béla Kun, el partido que reivindicaba la Rusia soviética. Incluso uno de los factores primordiales era recostarse geopolíticamente en la ayuda soviética, una vez perdida toda ilusión con las fuerzas imperialistas de Francia o de Estados Unidos. Por eso Béla Kun fue propuesto como comisario de Relaciones Exteriores: él debía ser el artífice de una alianza militar y económica con la Rusia de Lenin.


 


Todos esos factores debieron ayudar a una comprensión de que los socialistas estaban completamente perdidos, frente a las masas y frente al imperialismo. Las relaciones de fuerza dentro del gobierno debieron haber sido mucho más favorables a los comunistas que lo que fueron. Las elecciones al Congreso de los soviets de principios de abril confirmaron que el Partido Comunista tenía entonces más apoyo que el socialismo.


 


De todas maneras, los errores que podamos señalar en la experiencia húngara no fueron la causa de su caída. El problema principal fue militar: un pequeño país, hundido económicamente por la guerra y la derrota, rodeado de ejércitos anticomunistas, aislado del apoyo de Rusia, no pudo resistir el embate de países que estaban ansiosos de extender sus fronteras, ayudados por un ejército imperialista como el francés que quería a toda costa recolonizar la zona del Danubio en su propio beneficio.


 


Hungría fue parte de un reguero de insurgencias en la Europa central que entusiasmaron a los bolcheviques rusos con la extensión de la revolución más allá de sus fronteras: Hungría de marzo a agosto de 1919, Baviera en mayo, Eslovaquia en junio. La actividad revolucionaria en el centro de Europa mantuvo ocupados a los ejércitos imperialistas, que debieron distribuir sus tropas en distintos frentes. Por eso, aunque Rusia no pudo salvar a la dictadura proletaria de Hungría, sí se puede decir que Hungría salvó al gobierno obrero ruso. No sólo al distraer al ejército francés sino también a los ejércitos checos y rumanos, que también combatieron al gobierno bolchevique enviando batallones para engrosar el ejército blanco en Ucrania y Moldavia.


 


El tercer gobierno obrero de la historia no dejó una huella profunda en la memoria proletaria. Seguramente porque reformistas y stalinistas no tenían nada que aprender de ella y la relegaron al olvido. Sin embargo, a ochenta años de esa gesta, podemos afirmar que la revolución húngara conforma un hito y una experiencia imprescindible en la marcha del proletariado hacia el poder.


 


 


Notas:


1. Béla Szanto, La revolución húngara de 1919, Grijalbo, Barcelona, 1977 (la primera edición en alemán es de 1919), pág. 44.


2. Béla Szanto, pág. 44.


3. Pablo Costantini, "Los soviets en Hungría. La revolución de 1919", en Historia del movimiento obrero, CEAL, Buenos Aires, 1973.


4. Béla Szanto, pág. 48.


5. Béla Szanto, pág. 82.


6. Béla Szanto, pág. 90.


7. Citado en Pablo Costantini, ob. cit., pág. 347.


8. V.I. Lenin, Obras completas, Cartago, Buenos Aires, 1960, tomo 29, pág. 263.


9. V.I. Lenin, "Un saludo a los obreros húngaros", en Obras escogidas, Problemas, Buenos Aires, 1946, pág. 198.


10. V.I. Lenin, pág. 201.


11. Pierre Ganivet, La comuna húngara, Imán, Buenos Aires, 1937, pág. 53.


12. Béla Szanto, pág. 104.


13. Béla Szanto, pág. 106.


14. En Pierre Ganivet, pág. 91.


15. Pierre Ganivet, pág. 77.


16. Béla Szanto, pág. 113.


17. Béla Szanto, pág. 119.


18. Pierre Ganivet, pág. 116.


19. Pierre Ganivet, pág. 58.


20. Peter Pastor, Hungary between Wilson and Lenin: the Hungarian revolution of 1918-1919 and the Big Three, East European Quarterly, Nueva York, 1976.


 


 

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