La revolución inconclusa


En el tema de la Revolución Rusa, podría parecer que todo lo digno de decirse ya fue dicho. Tanto los críticos como los defensores de la revolución repiten una y otra vez lo que ya fue dicho y escrito en los años 20. Durante las décadas del Soviet, los izquierdistas citaron repetidamente los pronunciamientos de Trotsky y de su biógrafo Isaac Deutscher sobre la degeneración burocrática del régimen, sobre el carácter incompleto del proceso revolucionario y sobre la posibilidad de que fuera derribado. Los socialdemócratas repiten los argumentos de Kautsky y Martov concernientes a la naturaleza prematura del experimento bolchevique y su carácter anti-democrático, mientras que los liberales insisten en que una economía no construida sobre los firmes cimientos del mercado y la propiedad privada no puede ser viable. Parecería como si el colapso del sistema soviético entre los años 1989 y 1991 hubiera puesto los puntos sobre todas las íes y se terminara la discusión. Al menos en el plano emocional, sin embargo, los acontecimientos de esos años se convirtieron en una verdadera sorpresa para los ideólogos. A los propagandistas del capitalismo, el destino del experimento ruso les resultaba absolutamente natural, pero desde 1989 pareció como si la historia se estuviera burlando de los liberales; después de confirmar todas sus teorías y pronósticos, inmediatamente comenzó a refutarlos. Todas las promesas de un futuro brillante, de un crecimiento dinámico y de una economía normal, se convirtieron en su opuesto. Ninguna de sus positivas recetas funcionó, mientras que progresivamente los valores liberales dejaron de interesar a alguien, excepto a los intelectuales profesionales.


 


Es notable cómo los ideólogos liberales fueron forzados a volver al lenguaje del comunismo soviético, copiando sus argumentos. Los liberales hablaron de las dificultades del período de transición, de la insuficiente e inconsistente implementación de las políticas reformistas, de errores específicos, y finalmente, de la resistencia y sabotaje de fuerzas hostiles estancadas en el camino de la historia o incluso tratando de hacerla retroceder. Esto no es simplemente porque todos los ideólogos del capitalismo en Rusia, y en la mayoría de los demás países de Europa del Este, estudiaron en las escuelas del Partido Comunista. Expertos occidentales que nunca se graduaron en las escuelas del partido soviético dicen lo mismo. Detrás de esto está su impotencia frente a los incomprendidos mecanismos de la historia, junto a la falta de habilidad y de voluntad para dar respuestas claras a cuestiones concretas.


 


No resulta sorprendente que, frente a este trasfondo, el debate sobre los resultados de la Revolución Rusa se desarrolle nuevamente. La incertidumbre sobre el estado de una sociedad explica que la gente esté continuamente forzada a mirar atrás. Si todo está supuestamente tan claro, entonces ¿por qué todo es realmente incomprensible? Examinar el pasado esconde un temor al futuro. La discusión está aún a escala de círculos. Cada uno repite sus viejos argumentos, esperando encontrar sus viejas tesis confirmadas por los eventos de 1989/91. Mientras tanto, la gente se enfrenta a la paradoja de que para entender el pasado, es necesario primero intentar entender mejor el presente.


 


El colapso del sistema soviético no sólo fue un golpe fatal para el movimiento comunista, en cuya ideología la Revolución rusa de 1917 jugó un rol central y para lo cual fue creado todo un sistema de mitos. El daño sufrido por la socialdemocracia no fue menor, y en cierto sentido fue incluso mayor. Ahora que los gobiernos centro-izquierdistas han tomado el poder en muchos países de Europa, esto es incluso más obvio que hace algunos años, en la época de la hegemonía indisputada del neoliberalismo. Los izquierdistas están llegando al poder, no para implementar sus propios programas, sino para continuar con las políticas de los neoliberales. De muchas maneras, estos neófitos del capitalismo son más peligrosos que los políticos burgueses normales. ¿Por qué la derrota del comunismo viene acompañada del colapso moral de la socialdemocracia, que no perdió oportunidad para condenar al comunismo?


 


Las condiciones para el compromiso


 


Aunque los ideólogos del ala derecha de la socialdemocracia en Occidente, en los primeros años del siglo, se empeñaron en mostrar que los partidos de izquierda podrían, a través del incremento constante del número de votantes, más tarde o más temprano, ganar el apoyo de la mayoría del pueblo y llegarían pacíficamente al gobierno, el hecho es que ningún gobierno de izquierda ganó el poder en Europa después de la Revolución Rusa de 1917. Tal vez esto no sea más que una coincidencia. Pero los acontecimientos que se desarrollaron en Rusia no podrían dejar de tener una enorme influencia tanto en la clase burguesa, como en la clase obrera de Occidente. Después de 1917, la ideología del reformismo social se basó en tres premisas principales: que una sociedad cualitativamente diferente del capitalismo es, en principio, posible; que el proceso de transformación social no tiene que ser revolucionario; y que dentro de la estructura de la economía mixta era esencial unir los logros democráticos de Occidente con las conquistas sociales de Oriente. Mientras tanto, el movimiento obrero de Occidente rechazó la vía revolucionaria y optó por el compromiso social. Pero el compromiso requiere una disposición para las concesiones por parte de ambos lados. Los acontecimientos en Rusia asustaron no sólo a los burgueses, sino también a un numero significativo de trabajadores. Cuantos más trabajadores descubrieron la crueldad de los bolcheviques y luego, del régimen soviético, más fuerte se volvió la orientación reformista de la mayoría de los trabajadores.


 


En esencia, lo que nosotros vemos hoy no es otra cosa que la crisis de las consecuencias históricas de la Revolución Rusa de 1917. Las reformas sociales de la posguerra representaron una reacción de la sociedad occidental a esta revolución. El príncipe Kropotkin le recordó a Lenin que el terror revolucionario retardó la extensión de los principios de la Revolución Francesa en Europa por ochenta años. En la óptica de Kropotkin, lo mismo ocurriría con el socialismo ruso. Indudablemente, Lenin vio las cosas de manera diferente. Pero por supuesto, los acontecimientos subsiguientes determinaron no sólo el terror, sino también el sistema y las estructuras que surgieron de la revolución. El modelo soviético era claramente inapropiado para ser reproducido a lo largo de Europa.


 


Como los jacobinos franceses del siglo dieciocho, los bolcheviques fueron rigurosos, autoritarios, y a veces incompetentes. Pero al mismo tiempo, procuraron alcanzar cambios tan trascendentes que su significado completo será claro sólo después de siglos. A pesar de sus errores y crímenes, tanto los jacobinos como los bolcheviques inspiraron a millones de personas, dándoles autoestima y confianza en su propia fuerza. A este nivel, la Revolución Rusa, por todo su autoritarismo, tuvo un inmenso significado liberador. El hecho de que el pueblo haya ganado el sentido de estar en la dirección, que hayan tomado conciencia de sí mismos como participantes y no como meros espectadores de los sucesos históricos, predeterminó la victoria de los rojos en la Guerra Civil y más tarde los éxitos de la URSS. Esto puede ser llamado el impulso revolucionario. Por paradójica que pueda parecer, la ideología comunista sirvió durante el período de industrialización como una suerte de sustituto ruso de la bien conocida ética protestante. Es por esto que luego de 1991 las elites rusas a diferencia de las chinas al poner fin al comunismo, simultáneamente suprimieron la única precondición ética y psicológica posible para el desarrollo del capitalismo. Aquí reside la razón por la cual las reformas rusas han fracasado, mientras que en China triunfaron. Y esto, quizás, representa el único servicio histórico que ha desempeñado el presente régimen en Moscú.


 


La revolución pospuesta


 


La influencia de la Revolución Rusa de 1917 en la sociedad occidental fue enorme, pero terminó siendo muy diferente de lo que los ideólogos de Octubre esperaban. La experiencia rusa impulsó a las clases dominantes a hacer concesiones, y a la vez actuó como un obstáculo en la búsqueda de un modelo europeo distinto de cambio social radical. Se encontró una solución en el reformismo. El éxito del intento reformista fue directamente proporcional a la seriedad del chantaje revolucionario corporizado en el movimiento comunista mundial y en la amenaza soviética. El socialismo fue capaz de jugar un fuerte rol en mejorar el funcionamiento del capitalismo precisamente por su esencia anticapitalista. Si el socialismo no hubiera sido una alternativa real, si no hubiera tenido su propia lógica social y económica que sirviera como una real base para la creación de una nueva sociedad, entonces no habría sido capaz de desarrollar las ideas y acercamientos necesarios para una reforma exitosa. Para poder reformar el sistema, un impulso ideológico de afuera era necesario. Si la ideología socialista hubiera dejado de ser una alternativa al capitalismo, si el movimiento obrero hubiera perdido su capacidad de una militancia agresiva y no hubiera sido capaz de una lucha determinada contra la burguesía, no habría sido capaz de conquistar a nadie o a nada. Sin hostilidad de clase, no hubiera habido ninguna reforma social o colaboración social. La colaboración en este caso no surge de la simpatía mutua entre las partes, sino de la comprensión de que rechazar la colaboración podría tener resultados catastróficos. Esto puede ser llamado la revolución pospuesta


 


Cuando se examina todo el período desde 1917, a la luz de los acontecimientos y desde el punto de vista del sentido común liberal, éste se presenta como una cadena de errores y crímenes. Esta impresión es de hecho errada; el impulso de 1917 duró mucho porque a lo largo de esta senda había también impresionantes victorias, incluidas las económicas. Sin embargo, mirando hacia atrás desde 1990, es fácil tomar el punto de vista de que mientras Rusia recibía shocks, terror rojo, colectivización, termidor stalinista, represión masiva de los años 30, horrores de la guerra, y el esfuerzo del período de reconstrucción de posguerra, Occidente tuvo una sociedad de consumo, un sistema democrático viable, y capitalismo civilizado. El punto que escapa al observador superficial es que uno no es posible sin el otro. La historia de los éxitos de Occidente hubiera sido imposible sin nuestra trágica historia. A partir de los años 30, la Unión Soviética ya no estuvo gobernada por un régimen revolucionario. Correctamente, Trotsky calificó al nuevo orden político como el termidor soviético, en el cual la nueva elite ya no servía a la revolución proletaria sino que se servía a sí misma. En los años 40, con el ascenso del super-poder soviético, el régimen tomó formas crecientemente bonapartistas. Aunque gravemente debilitado, el impulso revolucionario todavía se hacía sentir, y fue el secreto de los éxitos socio-económicos de la URSS en el período de posguerra, y el atractivo de nuestro país para el mundo en desarrollo. Sin embargo, este impulso finalmente se extinguió. A fines de los años 80 teníamos un país inmenso con una economía ineficiente, super-centralizada y no particularmente planeada, y una burocracia inflada, hipertrofiada, que soñaba con adquirir tanto propiedad como poder. La época del termidor soviético había llegado a su fin. Había llegado el momento de la restauración. La tarea histórica fue tomada por el régimen de Yeltsin, con el apoyo de Occidente.


 


Había llegado el momento para una época de la reacción, al cual la prensa por alguna razón bautizó la reforma liberal. Esta reacción no fue un asunto interno ruso, sino parte de un proceso global. Como la Santa Alianza en Europa después de las guerras napoleónicas que intentó arrancar de raíz los resultados de la Revolución Francesa, así hoy el Fondo Monetario Internacional, la Europa de Maastricht y el nuevo orden mundial norteamericano representan una respuesta reaccionaria de las viejas elites a la caída del experimento revolucionario. Es equivocado intentar justificar la reacción social sobre la base de sus éxitos tecnológicos. El período de la Santa Alianza fue también de intensivo desarrollo tecnológico, pero esto no alteró la esencia reaccionaria de la época.


 


Podría decirse que el principal logro histórico de nuestra revolución fue la reforma del capitalismo en Occidente. Ahora, como resultado del colapso del comunismo, esta conquista está amenazada. La derrota de la revolución no está simplemente debilitando al reformismo sino, en un cierto sentido, haciéndolo completamente imposible.


 


No es sorprendente que el colapso del sistema soviético haya sido, además, una catástrofe para la socialdemocracia. Desde 1989, la conducta reformista del movimiento sindical en Occidente se ha agotado totalmente, y allí no hay nueva estrategia o ideología. El resultado ha sido predecible. Mientras Occidente ha entrado en una era de agudos conflictos sociales y oscuras alternativas políticas, el lugar del reformismo y del revolucionismo ha sido tomado espontáneamente por el radicalismo, expresado en reclamos incoordinadas y agresivos, y en estallidos de protestas desorganizadas. Si la historia no ha llegado a su fin, es sencillamente porque el capitalismo, después de emerger victorioso de su guerra con el comunismo, se mantiene sujeto a sus propias tendencias, a sus propias leyes de auto-destrucción. Es como si hubiéramos retornado a la época pre-Octubre.


 


Formando nuevos intereses sociales


 


Nuestra tarea histórica en última instancia, una cuestión de supervivencia es buscar nuevas formas de existencia social, sin las cuales ni la política ni la economía son posibles. En Rusia, esta existencia social no puede ser burguesa, por la inexistencia de una burguesía plenamente realizada. Pero la creación de una burguesía retrospectivamente, sobre las bases de la privatización, es casi tan imposible como intentar revivir a alguien. Para Rusia, como para muchos países, las perspectivas del desarrollo económico no pueden ser capitalistas por la inefectividad del modelo que ha tomado forma. Consecuentemente, una alternativa radical, innovadora continúa en la agenda.


 


La ideología de la izquierda puede convertirse en un importante factor en la organización de la sociedad, precisamente por su colectivismo. La tarea de la izquierda en Rusia no es solamente la de expresar los intereses ya formados, sino la de ayudar en su formación y, al mismo tiempo, crearse a sí misma como fuerza política. Esto necesita hacerse otra vez.


 


Una renovación de la existencia social no es idéntica al triunfo de la democracia, pero ofrece la única oportunidad de desarrollo democrático. El colectivismo no siempre garantiza la libertad, pero nuestra libertad ya no puede defenderse sin él. El radicalismo de izquierda, madurado en forma natural en una tierra donde el capitalismo fracasó, puede no ser la ideología del progreso, pero sin él, el progreso es imposible.


 


El libro de Lenin ¿Qué hacer? sólo pudo haber sido escrito por un socialista de Rusia. Nunca podría haber entrado en la cabeza de un socialdemócrata europeo que era necesario crear un partido de trabajadores incluso antes del desarrollo de una clase trabajadora de masas, y entonces importar la consciencia proletaria en las filas del proletariado. Pero este evidente absurdo teórico nació de la naturaleza contradictoria y desigual del desarrollo de la historia rusa real. ¿Y esto fue verdad sólo en la historia rusa?


 


El pueblo debe organizarse a sí mismo para llevar adelante acciones conjuntas o para reconciliarse a sí mismo con sus destinos. Pero la pasividad y la sumisión de las masas no lleva a la estabilidad, porque la fuente de desestabilización es la gente que está arriba. En Europa, en la época de la Santa Alianza, era posible argumentar que el proyecto histórico de la Revolución Francesa había terminado en una total derrota. Pero la época de reacción en Europa fue seguida por una nueva onda de sacudidas revolucionarias, precondicionadas precisamente por las políticas de la restauración. Estamos asistiendo a lo mismo hoy. El nuevo orden mundial, que sistemáticamente suprime los elementos del Estado social en todos los países, está creando de hecho las condiciones para una sucesión de nuevas sacudidas revolucionarias.


 


En el inicio de la era moderna, se explicaba que después de la restauración llegaría la Gloriosa Revolución. La reacción es un fenómeno histórico natural, que se agota como lo hacen las revoluciones. Cuando este agotamiento está a la orden del día, comienza una nueva era de cambios.


 

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