El Che Guevara y los trotskystas cubanos

Con la llegada de sus restos a Cuba y su virtual canonización por los líderes cubanos, el Che Guevara es presentado como un implacable símbolo de la Revolución Cubana y un inflexible, disciplinado y auto-sacrificado luchador antiimperialista contra el imperialismo norteamericano, dispuesto a dejar su vida por la causa. No obstante, aunque el Che fue, sin duda, un intransigente luchador antiimperialista y un convencido defensor de la estrategia de la guerrilla, él también entró en La Habana a comienzos de enero de 1959 con el propósito de construir y consolidar un Estado Cubano socialista basado en el modelo stalinista de partido único.

En 1959, junto con Raúl Castro, el Che supervisó la formación de un nuevo aparato estatal, especialmente sus fuerzas armadas, y fue la figura central en llevar más y más miembros del partido comunista, el Partido Socialista Popular (PSP), al aparato estatal. Con un gran poder en manos del Ejército Rebelde, ellos empezaron la reeducación e integración de los restantes oficiales del Ejército, y la conformación de la G2, el nuevo servicio de seguridad del Estado. Paralelamente a la construcción de este nuevo aparato estatal, se impusieron una serie de reformas sociales, y el Che propugnó, desde un principio, un programa más radical que el impulsado inicialmente por el gobierno oficial. En el verano de 1960, la revolución estaba al borde de quebrar el original programa máximo nacional verde oliva originario de Fidel Castro. Fue en esta coyuntura que la combinación del trabajo preliminar llevado a cabo por el Che y sus seguidores, junto con la voluntad de la Unión Soviética de proveer la ayuda económica, diplomática y militar para llevar adelante la expropiación de las propiedades norteamericanas, hicieron que la transformación social radical que el Che había imaginado hacía un tiempo se convirtiera en una posibilidad real.

Sin embargo, aunque esta transformación implicó para América Latina sus más incisivos pasos contra el imperialismo, la actitud del Che hacia la democracia en la transición al socialismo fue esencialmente la de un stalinista. Sin ninguna duda, él creyó en algo más que en el garrote de la supervisión de la policía secreta con el tonto plebiscito, pero inicialmente su stalinismo lo condujo a creer que los intereses del Estado y los de la gente eran idénticos, y que la vanguardia, o sea la dirección, estaba preparada para interpretar esos intereses. Mientras apoyó la formación de las comisiones barriales y de los Comités para la Defensa de la Revolución, esos órganos no fueron vistos como pilares, para el establecimiento de consejos obreros y campesinos soberanos, como órganos del poder obrero y de control del aparato estatal. En lugar de eso, sirvieron como foros de diálogo y canales de comunicación de arriba hacia abajo entre una dirección organizada y una masa desorganizada y atomizada, que no tenía el derecho a formar grupos ni partidos para forjar un programa alternativo de crítica constructiva, que asegurara e hiciera avanzar la revolución social.

En línea con su creencia en un Estado de partido único stalinista, el Che apoyó inicialmente en forma acrítica la fusión de los cuadros y el aparato del viejo PSP y del Movimiento 26 de Julio en una nueva organización, las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) en 1961, y apoyó los ataques y la represión de otros grupos y tendencias revolucionarias, incluyendo las que sufrió el trotskista Partido Obrero Revolucionario (POR), que criticaba al stalinismo desde la izquierda.

El trotskismo en Cuba tenía una larga tradición que se remontaba a inicios de la década del 30. La Oposición Comunista de Cuba se había formado en 1932, en oposición a la línea sectaria que tenía el Partido Comunista de Cuba (PCC), e influida por figuras como Sandalio Junco y Juan Brea, adhirió tempranamente a la trotskista Oposición de Izquierda Internacional. Con un récord de intensas luchas revolucionarias durante la Revolución del 30 y contando con alrededor de aproximadamente 500 miembros, el trostkismo echó sus raíces en el movimiento obrero cubano. Después del terror que siguió a la histórica derrota de la huelga de marzo de 1935, los trotkistas cubanos, aunque reducidos en número, continuaron luchando por el socialismo y abogando por la acción independiente de la clase obrera en contra de la alianza Batista-Comunista, que colocó a dos stalinistas en ministerios del gobierno de Batista de los ´40. Mientras los trotskistas cubanos dejaban de funcionar como un partido organizado nacionalmente a fines del 40, continuaron luchando, particularmente en Guantánamo, como individuos en el movimiento obrero, en fracciones sindicales y en la propia insurrección, que llevó a la refundación del POR en la ola revolucionaria de 1959.

Reclamando la libertad de expresión y acción para toda tendencia revolucionaria de la clase trabajadora que estuviera comprometida con la defensa incondicional del Estado obrero cubano en contra del imperialismo, los trotskystas cubanos defendían la idea de que esas tendencias serían capaces de ofrecer a las masas propuestas alternativas para la construcción de una nueva economía socialista, y que las masas debían tener el derecho de elegir sus representantes de y entre esas tendencias y posiciones revolucionarias. Ellos escribieron: “La formación de tendencias y su lucha dentro del Estado obrero y en sus organizaciones políticas y sindicales no son nada más que la expresión de la heterogeneidad de las clases trabajadoras y dentro de la misma clase obrera, de los distintos intereses y capas que se manifiestan en distintas soluciones y vías para resolver los problemas de la época de transición hacia el socialismo. Tratar de ahogar estas tendencias con el argumento dogmático y sectario de una supuesta unidad impuesta, del monolitismo absolutista de una línea oficial dictada desde arriba, sería querer dar marcha atrás a la rueda de la historia para volver a las condiciones que engendraron la etapa tenebrosa de las represiones stalinistas ya condenada y superada por el movimiento obrero comunista”1Voz Proletaria, La Habana, número 11, primera quincena de octubre de 1962, pág. 3..

Usando, sin embargo, el pretexto difamatorio de que los trotskistas estaban vinculados con los Mujalistas, sindicalistas oficialistas durante la dictadura de Batista en los años 50, y de que estaban actuando como provocadores agitando a favor de un asalto a la base naval norteamericana de Guantánamo, los miembros del POR fueron, con intervalos, arbitrariamente arrestados, removidos de sus lugares de trabajo y transferidos a otros centros más aislados, mientras su prensa y publicaciones fueron intermitentemente incautadas. La actitud inicial del Che fue en general, de apoyo a este tipo de medidas. Como él decía: “No se puede estar con la Revolución, y en contra del Partido Comunista Cubano. La Revolución y el Partido Comunista marchan juntos”2Cita de El Militante, New York, 9 de abril de 1962, pág. 3..

Esta versión de los acontecimientos y la actitud del Che es, en general, bien conocida. Lo que se conoce menos son los contactos personales del Che con el trotskismo cubano y la evolución de su posición en relación a esas actividades, así como el desenvolvimiento de su propio pensamiento político.

En los años inmediatamente posteriores a la crisis de los misiles, de octubre de 1962, la desilusión del Che con el socialismo realmente existente en la Unión Soviética se hizo cada vez más evidente. El había hecho comentarios favorables sobre la revolución china y denunció airadamente como una traición la retirada del Kremlin de la base de misiles en Cuba. Mientras Fidel salía en defensa de la Unión Soviética en la ruptura chino-soviética, alabando la política de coexistencia pacífica, el Che fijó su perspectiva de guerra de guerrillas para enfrentar al imperialismo en América Latina. Jon Lee Anderson sostiene que: “Para el Che, el término coexistencia pacífica era odioso, mero apaciguamiento hacia el sistema imperialista vestido en lenguaje diplomático.” Por el momento se mantuvo callado, pero era indudable que su camino y el de Fidel habían comenzado a divergir. “El objetivo de Fidel era consolidar el bienestar de la economía cubana y su propia supervivencia política, y por eso estaba dispuesto a comprometerse. La misión del Che era extender la revolución socialista”3Jon Lee Anderson, Che Guevæara, a Revolutionary Life, London, Bantam Press, 1997, p. 587..

En contradicción con la política de coexistencia pacífica, el Che no escatimó llamados en favor de la lucha armada para enfrentar al imperialismo. Así, mientras sostenía el rol de vanguardia y de liderazgo de la organización guerrillera, y rechazaba la estrategia de la lucha consciente de las masas por y a través de los objetivos democráticos y antiimperialistas hacia las tareas socialistas, creando en esta lucha los órganos de una nueva y superior forma de democracia, desafiaba sin duda la vía establecida por el stalinismo post-1935: la estrategia de la coexistencia pacífica. En 1964, alrededor de esto, así como de otras cuestiones económicas, el Che sufrió ataques cada vez mayores dentro del régimen cubano, que reflejaban la Kremlinización de la ideología y la estructura del aparato burocrático en Cuba. Al volver de un viaje a Moscú en 1964, no concurrió al Congreso de los Partidos Comunistas de América Latina que tenía lugar en La Habana, eligiendo hablar en otra parte. Las diferencias entre el enfoque más aventurero del Che, y el más burocrático y rutinario de la dirección castrista fueron tales que, hacia fines de 1964-comienzos de 1965, el Che había resuelto dejar Cuba para intentar encender otra revolución antiimperialista, primero en Africa y luego fatalmente en Bolivia.

Durante este período, en el que el Che se distanciaba cada vez más de la estrategia del Kremlin y sus seguidores en la dirección cubana, la represión sufrida por los trotskistas cubanos continuó hasta hacerse total. Los militantes del POR fueron calumniados, censurados, separados de sus lugares de trabajo y, finalmente, arrestados y enviados a prisión. Los arrestos arbitrarios de personas comenzaron el 18 de agosto de 1962, con la detención de Idalberto y Juan León Ferrera Ramírez, cuando repartían un volante en el Congreso de las Cooperativas de caña de azúcar. Más tarde, ese mismo mes, la policía prohibió un mitin en Guantánamo, para conmemorar el 22º aniversario del asesinato de León Trotsky. Esto fue rápidamente seguido por el arresto del Secretario General del POR, Idalberto Ferrera Acosta, y el de José Lungarzo, un enviado de la sección argentina de la Cuarta Internacional posadista. Aunque fueron liberados a las 48 horas, el acoso continuó, y antes de fin de año fueron nuevamente arrestados José Lungarzo y miembros de Guantánamo. En marzo de 1963, los trotskistas soportaron una nueva serie de arrestos, que fueron denunciados como una forma de terrorismo burocrático. En agosto de 1963 el POR explicó, en una carta dirigida a estudiantes norteamericanos que se encontraban de visita, que el Che Guevara para justificar la represión contra los trotskistas, había tenido que repetir algunas de las viejas invenciones stalinistas acerca de su rol como provocadores y agentes del imperialismo. Ellos escribieron: “El compañero Guevara conoce suficientemente bien nuestra posición como para saber que la vieja calumnia stalinista sobre el ataque a la base de Guantánamo es nada más que eso: una calumnia. Lo que los trotskistas hemos propuesto y defendemos es la agitación y la lucha en todo el mundo por la expulsión del imperialismo de todas las bases militares y navales, incluida la de Guantánamo. El momento y las vías para realizarlo no pueden decidirse independientemente de las tareas y ritmos centrales de la revolución”4Voz Proletaria, La Habana, Nº 32, primera quincena de agosto de 1963, pág. 6..

Las suspensiones en sus trabajos y los arrestos y amenazas continuaron durante 1964, culminando a comienzos de 1965 con el procesamiento de un grupo de militantes del POR de Guantánamo, argumentando que el POR estaba orientado por el imperialismo yanqui y que publicaban falsificaciones y difamaciones en su prensa. No obstante, fue durante este período que la actitud del Che hacia ellos sufrió algunos cambios.

Fue en muchos casos la intervención personal del Che la que logró la inmediata libertad de varios camaradas. El, por ejemplo, visitó a Roberto Tejera en la prisión de La Cabaña luego de que fuera sentenciado a varios años de prisión, le preguntó qué era lo que había hecho y lo liberó al día siguiente. Del mismo modo, fue su intervención la que logró la liberación de Armando Machado, un viejo trotskista de los años 30, en cuya casa se habían realizado reuniones del POR, y fue el Che quien intervino para salvar a Angel Fanjul, un enviado argentino de la Cuarta Internacional posadista, de una sentencia a muerte.

Además, el Che recibía una copia del periódico Voz Proletaria cada vez que éste era publicado, y en su oficina del Ministerio de Industria, Roberto Acosta Echavarría, miembro del Buró Político del POR, tenía el cargo de Director de Normas y Metrología. Dada su posición como colega del Che, Roberto Acosta nunca apareció públicamente como miembro del POR, y aunque el Che conocía sus ideas, mantuvieron un acuerdo tácito de no discutirlas. Sólo en unas pocas ocasiones, desde fines de 1964 y antes del arresto de Acosta, el Che lo llamó para pedirle que le confirmara que era un trotskista. Durante esta conversación hablaron durante varias horas sobre la ley del valor, un tema que preocupaba mucho al Che en ese momento, así como sobre otras cuestiones del marxismo. Cuando Acosta fue arrestado, el Che le dijo que entre los papeles que los servicios de seguridad le habían embargado había una copia de la carta que Acosta había enviado a la Cuarta Internacional posadista que, de acuerdo al Che, reproducía exactamente su conversación previa sobre la ley del valor y otros temas. Cuando el Che le preguntó qué pensaba hacer, Acosta le dijo que no podía renunciar a la actividad trotskista. El Che le dijo entonces que si pensaban que tenían razón, debían continuar la lucha hasta lograr aquello por lo que peleaban. Como le dijo el Che: “Acosta, las ideas no se matan a palos”. Antes de irse a Africa, el Che le dijo que sería liberado a la brevedad. Finalmente el Che se despidió de Acosta en su oficina del Ministerio de Industrias, a la que Acosta concurrió acompañado por dos funcionarios del G-2, con un abrazo y las palabras: “Nos veremos en las próximas trincheras”.

Como quiera que sea, fue con la partida del Che de Cuba, en 1965, que los stalinistas tomaron ventaja para, finalmente, poner un alto a las actividades públicas de los trotskistas cubanos. Con el Che fuera de Cuba, los stalinistas que dominaban el aparato de seguridad, le plantearon a Acosta y a otros prisioneros trotskistas que podrían ser liberados si acordaban dejar de funcionar como partido y renunciar a publicar manifiestos y su periódico. Conociendo que su libertad había dependido del Che, que acababa de partir y que Fidel Castro era hostil a ellos, los trotskistas aceptaron una reunión con los servicios de seguridad en Guantánamo, en la cual Idalberto Ferrera Ramírez habló por el POR aceptando formalmente la necesidad de unidad. Acordando renunciar a su propaganda y actividades como partido, todos los militantes del POR fueron liberados, salvo dos.

Si bien la actitud del Che Guevara hacia los trotskistas cubanos no lo convierte de ninguna manera en trotskista, es un ejemplo de cómo su concepción de la democracia proletaria sufrió algunos cambios a través del tiempo. A medida que la naturaleza conservadora y las necesidades del modelo cubano de socialismo paternalista burocrático chocaban con su llamado a una lucha intransigente contra el imperialismo, su genuina honestidad intelectual lo fue llevando a expresar sus desacuerdos estratégicos. Aunque su propia estrategia de guerra de guerrillas estaba definitivamente condenada al fracaso, porque basaba la lucha en la clase errónea, si él hubiera sobrevivido a su derrota en Bolivia, su misma curiosidad intelectual podría haberlo llevado a reflexionar con más profundidad sobre los desencantos y fracasos de su guerrillerismo, y sobre la necesidad de las propias masas de crear, durante la lucha consciente por las tareas democráticas y antiimperialistas, los órganos propios de una nueva democracia antes de pasar a los objetivos socialistas.

En Cuba, por supuesto, no hay ningún intento de hacer un balance de los desacuerdos del Che con Fidel Castro y el stalinismo soviético. En cambio, su imagen como revolucionario autosacrificado es canonizada, mientras los fanáticos de la unidad buscan íconos del pasado y gritan más fuerte que nunca por una ficticia unidad nacional frente a las crecientes desigualdades económicas y discordias de las que ellos mismos son parte respónsable. Sin duda, el Che fue un luchador revolucionario antiimperialista y no un burócrata, pero si aceptamos que la lucha por librar al mundo de los regímenes de explotación y de opresión, así como también del sistema imperialista en que se apoyan, entonces el estudio de su fracasada estrategia guerrillerista junto con su actitud hacia la democracia de la clase obrera y los derechos de las tendencias revolucionarias dentro de Cuba, incluyendo las trotskistas, es de gran importancia.


Notas:

1. Voz Proletaria, La Habana, número 11, primera quincena de octubre de 1962, pág. 3.

2. Cita de El Militante, New York, 9 de abril de 1962, pág. 3.

3. Jon Lee Anderson, Che Guevæara, a Revolutionary Life, London, Bantam Press, 1997, p. 587.

4. Voz Proletaria, La Habana, Nº 32, primera quincena de agosto de 1963, pág. 6.

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