Una desocupación en masa catastrófica


Por tercer semestre consecutivo, el índice de desocupación superó el 16%: fue del 17,1% en mayo de 1996, después de los 18,4% y 16.4% registrados respectivamente en mayo y octubre de 1995. La persistencia de estas cifras confirma que el 'plan' Cavallo ha establecido un nuevo 'piso' de carácter per-manente para el desempleo.


 


Si se considera a los desocupados, a los subempleados (los que trabajan al menos una hora por semana, es decir, que sobreviven con changas ocasionales) y a los llamados ‘desempleados ocultos’ (los que han dejado de buscar empleo porque no tienen esperanza de conseguirlo), el 30% de la población trabajadora no tiene empleo. Una confirmación adicional de que estos guarismos constituyen un nuevo ‘mínimo’, es que las variaciones de la tasa de desempleo provienen del tránsito de una categoría de trabajadores sin empleo a otra: cuando encuentra una changa ocasional, el desempleado se convierte en ‘subocupado' para volver a convertirse, casi de inmediato, en un desocupado y hasta en un desocupado 'oculto Estas variaciones mínimas entre las distintas categorías de trabajadores sin empleo no alteran el hecho fundamental: 4 millones de trabajadores -12 millones de personas, si se considera a sus familias- están condenados al paro forzoso y permanente.


 


El nuevo 'piso' cuadriplica el que se registraba apenas una década atrás. Hasta 1985, la tasa de desempleo no superaba el 4%; entre 1985 y 1992, osciló entre el 6 y el 10%, para elevarse, entre 1993 y 1994, a un máximo del 15%. Desde entonces, el desempleo supero sistemáticamente el 15%. Una vez establecido, el 'piso' nunca retrocedió, cualesquiera fueran las alternativas del ciclo productivo. Al contrario, se produjo la aparente paradoja de que el desempleo creció un 60% entre 1990 y 1994… al mismo tiempo que el producto bruto crecía a una tasa del7,7% anual.


 


Tampoco en esta oportunidad, los especialistas esperan que el nuevo ‘piso’ retroceda, porque "dicho agravamiento (de la situación ocupacional) tampoco parecería contener en germen elementos cuyo desarrollo podría conducir eventualmente a su superación" (1). Todo lo que la ciencia social burguesa puede ofrecer es el consejo de “habituarse al nuevo hábitat” (2). Se trata de una confesión de que la burguesía no tiene ninguna solución a los problemas desesperantes de las masas trabajadoras.


 


La burguesía la provocó conscientemente


 


Un crecimiento tan sistemático y persistente del desempleo -con completa independencia de las alzas y bajas de la producción- sólo puede ser la consecuencia de una política deliberada. Todas y cada una de las medidas adoptadas por Menem-Cavallo, con el argumento de ‘reducir el costo laboral’ y de ‘flexibilizar’ las condiciones de trabajo, han provocado el crecimiento exponencial de la desocupación.


 


El abaratamiento de los despidos y de las indemnizaciones por accidente; la reducción de los aportes patronales a la previsión social; la ‘ley de empleo', que permite contratar trabajadores sin pago de cargas sociales y sin indemnización por despido; los despidos masivos de empleados públicos y de las empresas privatizadas; la sistemática reducción salarial; el alargamiento de las jornadas y la intensificación de los ritmos de trabajo; la elevación de la edad jubilatoria; la masificación del empleo por ‘contratos’ (sin pago de indemnización por despido); la conversión de trabajadores en relación de dependencia en ‘autónomos’ que ‘prestan servicios’ para las mismas empresas: toda la política cavalliana ha conducido, conscientemente, a incrementar la desocupación.


 


Mediante medidas despóticas del Estado contra los derechos laborales y mediante el desmantelamiento de las insolventes empresas estatales y de los ‘microemprendimientos' que se generaron a partir de él, la burguesía provocó una ampliación radical de la ‘oferta de trabajo’, que se agregó al crecimiento de la ‘población económicamente activa del 3,1 % anual, 900.000 trabajadores -en su mayoría mujeres (3). El exceso de la oferta laboral con relación a la demanda de las nuevas inversiones industriales, fue inten¬samente explotado para reducir salarios y precarizar el empleo. Todo el ‘secreto' de la enigmática “asincronía entre el crecimiento del PBI y el empleo" (4), entre 1991 y 1994, no es ‘económico’ sino social y político: radica en la fenomenal presión que ha ejercido la burguesía argentina para ampliar su tasa de beneficio a través de una radical desvalorización de la fuerza de trabajo.


 


La ciencia económica burguesa en harapos


 


Se ha sostenido hasta el hartazgo que una de las causas de la escasa creación de empleos es la llamada ‘rigidez’ de la legislación laboral, en particular en lo atinente a la contratación colectiva (convenios) y a las normas sobre indemnización por despido o accidente. Los economistas nos han ‘explicado’ que estas normas elementales de defensa de los trabajadores crearían ‘incertidumbre’ a los patrones. La ‘solución’ que pusieron en práctica fue transferir esa 'incertidumbre' a los trabajadores, mediante el desconocimiento de los convenios, la reducción (y hasta la eliminación) de las indemnizaciones por despido y la generalización del ‘trabajo por contrato’.


 


Los resultados están a la vista. La desocupación se ha cuadruplicado no porque haya subsistido la ‘rigidez’, sino porque “en los hechos, este modelo (de negociación colectiva) se ha tornado crecientemente irrelevante. Su obsolescencia se manifiesta en el considerable abandono de sus normas y procedimientos. El número de trabajadores involucrados en las sucesivas rondas de negociación colectiva descendió hasta porcentajes ínfimos (menos del 5%) con relación a dos décadas antes" (5).


 


Paralelamente, el trabajo ‘por contrato’ (contratos personales, por agencia, ‘en negro’, etc.) ya cubre el 35% del total del empleo (6); mientras el número de empleos en relación de dependencia y sujetos a convenciones colectivas no ha crecido entre 1990 y 1994, los empleos por contrato crecieron a una tasa del 7,7% anual. Las patronales han reemplazado sistemáticamente a los trabajadores convencionados por contratados, cuyos “salarios son comparativamente menores y el conjunto de las erogaciones adicionales al salario de bolsillo es habitualmente ignorado. Vacaciones, aguinaldo, aportes previsionales y a la obra social, seguro de desempleo, son a veces reconocidos y las más de las veces no. En los hechos, y en las formas,… es considerado un trabajador ‘autónomo’ responsable de resolver por sí mismo el problema de su protección social” (7).


 


Los economistas oficiales han repetido también que el empleo sólo podría aumentar como consecuencia del incremento de la productividad. Sus propias cifras nos indican que el desempleo aumentó un 60% entre 1990 y 1994… al mismo tiempo que la productividad por obrero empleado creció un 38% (8). Un aumento tan marcado de la productividad obrera corresponde -en un 17%- al aumento de las horas trabajadas por cada obrero ocupado; el resto obedece al aumento de los ritmos de trabajo, a la introducción de mecanismos de ‘flexibilización’, a la elimi obrera acentuó el crecimiento de la desocupación, paralelamente a incremento del producto. Ante esta evidenación de puestos de trabajo. El aumento de la productividad del trabajo ha superado, en mucho, al crecimiento de la producción – 28% entre 1990 y 1994. Este fenomenal agravamiento de la superexplotaciónncia, tan sólo la hipocresía o la más profunda ignorancia pueden permitirle a  un economista patronal sostener que "productividad laboral y  empleo crecen y decrecen conjuntamente y no muestran, en los hechos, una vinculación contradictoria" (9).


 


Otro ‘argumento’ que los economistas patronales reitera ron hasta el cansancio es el de los ‘costos laborales’. Argumentaban que sólo una reducción radical de los 'costos laborales'  -es decir, de los salarios directos e indirectos- lograría inducir a los patrones a contratar más trabajadores. Toda la evidencia empírica revela que, por el contrario, la desocupación creció paralelamente a la más dramática reducción de los salarios directos e indirectos que se tenga memoria. Mediante el reemplazo de trabajadores convencionados por trabajadores por contrato, la eliminación de los aportes patronales, la reducción de las indemnizaciones por despido y accidente, la burguesía logró reducir el ‘costo laboral por unidad de producto’ ¡en un 35% entre 1990 y 1994! (10).


 


Los ‘economistas’ patronales exigían un radical aumento de la superexplotación obrera y de los beneficios patronales para ‘resolver’ la cuestión del desempleo masivo. La experiencia empírica y los datos estadísticos indican que esos requisitos se han cumplido en demasía… pero, precisamente por eso, la desocupación, lejos de reducirse, ha aumentado exponencialmente.


 


El excepcional aumento de la desocupación, que no ha dejado de crecer sostenidamente a lo largo de toda una década, es la consecuencia necesaria e inevitable del estancamiento productivo. En 1995, la producción bruta argentina fue apenas un 2% superior a la de 1985, mientras que, en el mismo período, la población creció un 21%; en consecuencia, el producto por habitante se redujo 16% ¡en apenas una década! Este estancamiento económico argentino es una expresión extrema del estancamiento que aqueja al conjunto del capitalismo mundial. "La situación del empleo empeoró en 1992/93 en la mayoría de los países del mundo, cualquiera fuera su grado de desarrollo … la indigencia de los resultados de los años recientes en el campo del empleo coincide con el estancamiento general del producto mundial" (11). La existencia de una masa creciente de desocupados crónicos -a escala nacional y mundial- es la consecuencia inevitable de la incapacidad del capitalismo para dar cuenta de la crisis de sobreproducción de mercancías (y de capitales) que ya se arrastra por más de una década.


 


El significado político de la desocupación masiva


 


La tendencia a crear una masa de desocupados es inherente al funcionamiento del capitalismo, que acrecienta la acumulación de capital constante (fijo y circulante) con relación al variable (gasto en salarios). Por medio de la agudización de la competencia entre los obreros (sobreoferta de éstos), la burguesía procura imponer menores salarios y peores condiciones de trabajo. Sin embargo, cuando esa masa de desempleados asume un carácter crónico y permanente, se pone en evidencia una incapacidad del régimen capitalista para reproducirse de acuerdo a sus propias leyes y de reproducir al mismo tiempo a su esclavo social.


 


El desempleo masivo y permanente desnuda las contradicciones insuperables del capitalismo: su necesidad de incrementar permanentemente la explotación del trabajo asalariado (lo cual requiere una masa creciente de trabajadores desocupados que reduzca los salarios), de una parte, y la tendencia a la sobreproducción de mercancías (y de capitales), por el otro. La desocupación crónica esclarece a los trabajadores sobre la anarquía bárbara e irracional del ‘mercado’ como organizador social. Cuando el ‘mercado’ dictamina que la producción sobra, los apremios que sufren las más amplias masas de explotados revelan que, en realidad, la producción falta. El carácter masivo de la desocupación revela, a la vista de todos, que la sociedad en su conjunto es un rehén del beneficio capitalista y que la superación de la desocupación crónica les exige a los trabajadores liberar a la sociedad del límite puramente social que la aprisiona.


 


Las direcciones sindicales


 


Los programas que las direcciones sindicales levantan


frente al desempleo revelan que, en su conjunto, carecen de la menor noción del significado histórico y económico del fenómeno.


 


La CGT oficialista levanta un programa común con las grandes patronales y el gobierno: el convenio Fiat-Smata. La reducción del salario y la eliminación de la jornada de ocho horas, la polivalencia, la eliminación de las vacaciones, el alargamiento de la jornada laboral, la fijación unilateral de los ritmos de trabajo por las patronales, la virtual eliminación de los cuerpos de delegados, ya han provocado el actual crecimiento de la desocupación y la continuidad de su aplicación sólo puede provocar un desempleo todavía mayor. Para muestra, un botón: ya se pronostica el cierre de la mitad de las autopartistas como consecuencia de la aplicación de los nuevos convenios.


 


El CTA, por su parte, levanta un programa contra la desocupación (12) que tiene por eje un subsidio para los capitalistas, vinculado a la creación de empleos, el que incluye reducción salarial y flexibilización laboral.


 


En efecto, para resolver el desempleo, el CTA plantea “subsidios crediticios y fiscales" para las Pymes, "vinculados a la efectiva generación de puestos de trabajo". Pero los subsidios para quienes despiden no pueden contrarrestar la tendencia económica (capitalista) de fondo que provoca los despidos. Los patrones despiden por razones eminentemente capitalistas: porque no tienen a quién venderle lo que producen, o porque están cargados de deudas que no pueden pagar, o porque necesitan incrementar el ‘rendimiento’ del trabajador ocupado, o sea superexplotar. Cuando la tendencia capitalista a la creación de una masa de desocupados adquiere un carácter general, no la puede contrarrestar ningún subsidio, porque ningún patrón -sea pequeño, mediano o grande- va a contratar un trabajador para producir una mercancía invendible, o va a incrementar sus inversiones o sus deudas, para contar con personal estructuralmente excedente.


 


El CTA promueve este programa conjuntamente con sus socios del Congreso del Trabajo y la Producción, que han estado a la cabeza de la ofensiva de flexibilización y de reducción de los salarios. Pero cualquier trabajador sabe por experiencia propia que las condiciones de trabajo, de flexibilización, de seguridad e higiene y de salarios son infinitamente peores en las empresas pequeñas y medianas que en las grandes. El tamaño más pequeño de la empresa no convierte al patrón en más ‘democrático’ sino en un superexplotador más salvaje y despiadado, porque está obligado a ‘compensar’ con una mayor superexplotación del trabajador las condiciones desventajosas (acceso a los mercados y al crédito; economías de escala) en que debe competir con el gran capital.


 


Los frutos de esta mayor explotación del obrero, sin embargo, no quedan en los bolsillos de las Pymes, sino que van a parar a los del gran capital a través del mecanismo de los precios, que son impuestos -mediante procedimientos monopólicos- por los grandes a los chicos. De esta manera, los precios a los que las Pymes deben comprar sus insumos y vender sus productos al gran capital, se convierten en un instrumento para extraerle al pequeño capitalista una parte sustancial de sus potenciales beneficios. Adicionalmente, el cobro de tasas usurarias a las Pymes por el gran capital bancario complementa esta ‘expropiación’ del pequeño capitalista por el grande. Por medio de estos mecanismos, el gran capital absorberá inmediatamente cualquier subsidio que pudieran recibir las Pymes, que están condenadas a convertirse en virtuales ‘estaciones intermedias’ del tránsito de los subsidios de las arcas públicas a las de las grandes empresas. Por eso, campeones de la ‘tercerización’ como Roberto Alemann han declarado reiteradamente que debía ampliarse la escala de los créditos para las Pymes.


 


Las Pymes se encuentran bajo una dependencia absoluta del gran capital, tanto en términos financieros (endeudamiento) como productivos (patentes, tecnología). La ‘tercerización' o subcontratación a empresas más pequeñas de procesos productivos que antes se realizaban en las grandes empresas ha convertido a muchas en virtuales ‘secciones de las grandes plantas. Todo esto refuerza la capacidad del gran capital para fijar unilateralmente sus precios y, por esta vía, ’absorber’ los subsidios que pudieran recibir las Pymes. En consecuencia, el reclamo de subsidios a las pequeñas y medianas empresas es apenas la cobertura y la excusa de un reclamo de subsidios masivos al gran capital. Semejante subsidio -que no reducirá la desocupación y que sólo serviría para llenar los bolsillos de los capitalistas constituye un fenomenal despilfarro social


 


Una catástrofe social de inconfundible carácter capitalista sólo puede encontrar un punto de salida mediante medidas que ataquen ese monopolio capitalista, y no mediante propuestas que favorecen el vaciamiento de las arcas del Estado, de las empresas y la fuga de capitales.


 


Mientras reclama un subsidio para los capitalistas, el CTA se niega a exigir un subsidio para todos los trabajadores despedidos por esos capitalistas. En efecto, plantea "la instrumentación de un urgente seguro de desempleo"… pero tan sólo “para los jefes de familia". Según el propio CTA, en esta categoría entrarían tan sólo 702.600 trabajadores. El motivo de la restricción es “la necesidad de garantizar el equilibrio fiscal" (13) ¡sin que al CTA le importe que la primera razón del ‘desequilibrio’ fiscal es la deuda pública y los diversos subsidios a los capitalistas'. (6.000 millones a los exportadores, por ejemplo). El CTA deja fuera del seguro (cuyo monto no especifica) ¡a casi tres millones y medio de trabajadores! Pero el ‘seguro de empleo que propone el CTA estaría “vinculado con el cumplimiento de actividades con financiamiento público incorporando desocupa os para producir servicios comunitarios”. Como Sapag o como Duhalde, el CTA reclama una ‘contraprestación laboral’, que convierte al 'seguro' en un salario ‘basura’ y establece una suerte de salario mínimo de nivel ’asistencial’, y en las peores condiciones de ‘flexibilización' (los desocupa os no tendrán convenio, ni sindicato, ni obra social, ni aportes jubilatorios). Así, el ‘seguro de empleo' deja de ser un límite a la rebaja salarial para convertirse en el instrumento e esa rebaja; esto convierte el slogan del CTA, que dice que ’la desocupación es la peor flexibilización’, en lo siguiente: la peor flexibilización laboral es el ‘seguro al desempleo’ del CTA.


 


Sugestivamente, el CTA omite cualquier planteamiento contra la flexibilización laboral o la rebaja de salarios. Parecería sugerir, por el contrario, una estrategia ‘en etapas’ que consistiría en aceptar, primero, la vigencia de la ‘flexibilización’ para acabar con la desocupación. Acepta así la tesis fundamental de la burguesía, de que la causante del desempleo es la ‘excesiva rigidez del mercado laboral’. Por eso plantea “el fomento de la discusión de salarios por productividad' (diferenciado nuestro).


 


Pero así como es imposible combatir la “flexibilización" sin combatir la desocupación, es igualmente imposible combatir el desempleo sin luchar contra la ‘flexibilidad’. Una y otra son inseparables, porque el alargamiento de la jornada laboral y el rendimiento creciente de la fuerza de trabajo constituyen los dos métodos principales del capital (uno absoluto, el otro relativo) para producir o crear una oferta excesiva de obreros (desocupación) que le permita bajarlos salarios, sea en forma relativa o absoluta.


 


Cuando el CTA reclama ‘salarios por productividad’, invoca el mismo principio del convenio Fiat-Smata, que sirvió para reducir a la mitad los salarios. El ‘salario por productividad’ implica que la remuneración no está por un contrato de dar tiempo de trabajo ni mucho menos por la jornada de ocho horas, sino por un contrato de ‘pago por piezas’, que obliga al trabajadora una brutal ‘autoexplotación’ ya un alargamiento sin fin de la jomada de trabajo. Con la diferencia de que mientras en el antiguo ‘trabajo por piezas’, el obrero podía controlar el número de piezas que producía, al trabajador actual le resulta imposible medir la “productividad" en virtud del carácter cada vez más socializado de la producción. El ‘salario por productividad’, en consecuencia, no es otra cosa que una ‘excusa' capitalista para reducir los salarios, alargar la jornada y aumentar los ritmos de trabajo, es decir, para intensificar al extremo la explotación. El salario por tiempo de trabajo -y más específicamente, la jomada de ocho horas- constituye, en cambio, una medida de defensa del trabajado frente a la voracidad del capitalista. Precisamente por esto, los capitalistas nunca se resignaron a aceptarlo y buscaron, por todos los medios (premios, presentismo, horas extras), relacionar el salario con la medición exacta de la explotación a la que era sometido el obrero. El CTA, como toda la burocracia sindical, capitula ante esta exigencia de la burguesía, que condena a unos trabajadores a la superexplotación y a otros al desempleo.


 


El CTA también reclama “la reducción de la jornada laboral”, pero no dice nada de mantener el mismo salario. En consecuencia, en lugar del reparto de las horas de trabajo entre todos los trabajadores sin afectar el salario, el CTA plantea el reparto de la masa salarial entre todos los trabajadores… sin afectar las ganancias capitalistas. ¡Esto es lo que hizo el cordobés Mestre con la ‘emergencia provincial’ y lo que la CGT está dispuesta a negociar en el Consejo de Empleo!


 


En el trabajo de dos economistas del CTA que sirvió de base al ‘programa’ del CTA, se llega incluso a decir que "la reducción de aportes patronales (a la seguridad social) podría vincularse con una estrategia de generación de empleo, en tanto se trate de un subsidio selectivo atado a proyectos concretos de inversión con demanda de mano de obra"( 14). Los autores manifiestan así su coincidencia con la privatización jubilatoria de Cavallo y fingen desconocer que los aportes jubilatorios patronales forman parte del salario del trabajador, que se calcula en función de su expectativa de vida, y que, por lo tanto, la reducción de esa ‘carga social’ no es un ‘subsidio’ sino una reducción salarial, que afecta al obrero cuando se jubila.


 


El programa del CTA-subsidios a los capitalistas, ‘flexi¬bilización', reducción salarial- revela que para la central ‘alternativa’ sólo una tasa de beneficio capitalista creciente ofrece una ‘salida’ a la desocupación. Pero esa tasa de beneficio sólo puede aumentar con un aumento de la superexplotación y con una rebaja de salarios. La primera crea obreros excedentes, y la presión de la desocupación así creada lleva a la reducción de los salarios. La pretensión de combatir el desempleo elevando antes la tasa de beneficios es infundada, porque no es cierto que el incremento de esa tasa dé lugar a un aumento significativo de la inversión capitalista; para que ocurra, debe aumentar primero la demanda, generalmente la demanda de consumo, y hacerlo en una escala extraordinaria. La experiencia histórica dice que eso solamente se consiguió en la principal crisis de desempleo, la del 30, con el estallido de la segunda guerra mundial.


 


El capitalismo nunca ha podido funcionar sin una ten¬dencia abierta o espontánea al desempleo… En la Europa de la posguerra, por ejemplo, cuando la muerte de millones de trabajadores en los campos de batalla y en los campos de concentración, había creado una aguda escasez de mano de obra, los capitalistas promovieron el empleo femenino y organizaron una masiva inmigración desde la ‘periferia' (españoles, marroquíes, turcos) hacia el ‘centro’ (Alemania y Francia). Lo mismo hicieron los capitalistas argentinos, que ‘importaron’ obreros europeos a fines del siglo pasado y, más tarde, del interior y de los países limítrofes, para evitar que la ‘escasez’ de trabajadores elevara los salarios y redujera los beneficios. Una hipotética eliminación definitiva de la desocupación significaría el fin del capitalismo, porque ya nada podría alterar el crecimiento de los salarios y la reducción de los beneficios, salvo que los obreros fueran sometidos a un régimen de trabajos forzados (fascismo).


El CTA, en ningún momento del documento plantea la organización de los propios desocupados para impulsar sus reclamos ante el poder político.


 


Por un movimiento nacional de los desocupados


 


Cualquier "medida de corto plazo" que no afecte el verdadero motor del desempleo —el beneficio capitalista— es inviable. La salida a la desocupación no es ‘económica’ sino política: la organización de los trabajadores -ocupados y desocupados- para imponer sus propias reivindicaciones mediante una lucha que quiebre la voluntad de los capitalistas y su Estado.


 


Sobre esta base ha comenzado a tomar cuerpo un movimiento de masas: están surgiendo comisiones de desocupados a lo largo y a lo ancho del país -que levantan un programa común de un subsidio de 500 pesos a todos los desocupados mayores de 16 años.


 


Las puebladas de Cutral Co y Huincul muestran la enorme explosividad de un movimiento que también se destaca por su creciente madurez política. El Encuentro de Desocupados de Neuquén -organizado en conjunto por las Comisiones de Desocupados de las distintas localidades y el CTA provincial- es un ejemplo: allí se votó un programa ("seguro al desocupado de 500 pesos a partir de los 16 años") y la unificación de los ocupados y desocupados en una lucha común, para impedir que los desempleados sean usados como fuerza de choque contra los ocupados (“pase a planta de todos aquellos desocupados que estén desarrollando tareas, ya sea en el Estado como en la actividad privada"; “No a los despidos, reparto de las horas sin afectar los salarios"). Como se ve, el programa aprobado en Neuquén refuta al programa del CTA.


Sólo una acción organizada, práctica y política de los trabajadores -ocupados y desocupados- contra el monopolio social capitalista puede comenzar a enfrentar la desocupación. Un impuesto extraordinario a los beneficios y fortunas capitalistas. Prohibir los despidos y establecer el reparto de las horas sin afectar los salarios. Desconocer la deuda pública usuraria, nacionalizar la banca y los grandes monopolios y el comercio exterior. Concentrar la riqueza nacional en manos de la clase obrera, bajo su control y gestión. Sólo esto puede dar un nuevo impulso histórico al desarrollo de las fuerzas productivas y clausurar una época de miseria social.


 


 


Notas:


 


(1) Alberto Monza, "Situación actual y perspectivas de mercado de trabajo en la Argentina” en 'Libro blanco del empleo en la Argentina’, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Buenos Aires, 1995.


(2) Idem.


(3) Idem.


(4) Adolfo Canitrot, en ‘Libro blanco del empleo en la Argentina', Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Buenos Aires, 1995.


(5) Idem.


(6) Rodolfo Díaz, "El empleo: cuestión de Estado”, ‘Libro blanco del empleo en la Argentina’, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Buenos Aires, 1995.


(7) Adolfo Canitrot, Op. Cit.


(8) Idem.


(9) Adolfo Canitrot, Op. Cit.


(10) Juan Luis Bour, “Los costos laborales en Argentina”, en Op. Cit.


(11) OIT, “El trabajo en el mundo", 1994.


(12) "El desempleo es la mejor ley de flexibilización", documento presentado por el CTA al Primer Encuentro Nacional sobre el Desempleo.


(13) Página/12, 21/4/96.


(14) “Convertibilidad y Desempleo”, Roberto Feletti y Claudio Lozano, Instituto de Estudios sobre el Estado y la Participación.

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